Un "stream" para Clari, luz hermana y luz foránea en-y-a mi alma, una guerrera.
“Son cosas de la tierra y la sangre que supongo que todo el mundo entiende”, dijo con la voz quebrada y acento cubano, y me tenía agarrada de los órganos. ¿Pero entiendo? A ver: volver al cuerpo. Hacerlo callar, hacerlo esperar; tenerlo rígido y ablandarle los músculos a suspiros; llevarlo al río, a las orillas, sentarlo quieto y reconocer las extremidades: “Hasta acá llegan”, dijo Anya mirándose los brazos y las piernas, sentada al borde de la tierra rota. Le andaba doliendo el vuelo. Se acercó a nuestro mate una criatura de las islas, reptando por sobre el nivel del piso. Mostró sus dibujos y nos miraba como quien mira a otra especie sin demasiado interés. “La libertad pesa”, dijo con voz humilde, y terminó el mate haciéndolo sonar a rana. Nosotras que pensábamos que lo que pesaba era el encierro, y que por eso habíamos ido al río... Hasta acá la tierra.
No: del otro lado del río vive Martín, en las islas; parece como si cuando oscurece se fuera nadando al encuentro de un hijo que lo espera en la puerta de la casa descalzo, a pesar del frío, y le cuenta algo que descubrió sobre un bichito: un secreto. Un secreto de la tierra que sólo saben los insectos y todo lo que croa o hace ruido cuando se derrite el cemento, se apaga el hechizo de la civilización, y el agua insiste, a golpes, sobre la orilla, insiste, declara que sigue siendo la que muerde la tierra y no la tierra la que muerde ningún vacío, ningún abismo, ningún espacio. El hijo de Martín se pasó la tarde mirando fijo a una araña mientras cazaba siguiendo el dictado del centro de su cuerpo, el impulso de la entraña sobre el telar, la verdad del hambre. Por sobre la muerte de cualquier mosca torpe que haya quedado pegada, la verdad del hambre. Cuando nos olvidamos del cuerpo la libertad se volvió amenaza, es que las certezas las llevábamos adentro y las desoímos. Un tiempo después nos olvidamos de Martín y nos fuimos a escuchar tango. No pesaba nada, ni siquiera el viaje en colectivo, porque ahí se nos reveló que eso que llevábamos con la vergüenza de quien tiene muñones, eso, no era más que las manos enteras, y que de vuelta las sabíamos usar y nos acordamos de que con esa mano tocábamos el tango, la flauta traversa, y estrenamos besos de otras lenguas en idiomas que no sabíamos que hablábamos, nosotras, las de antes, las del primer momento, cuando Anya me enseñó el uso de la “q”, y las de ahora, etéreas de tanto desdoblarnos en para atrás y para adelante. Una euforia. Esto recién empieza. Ahí seguía sonando, Astor, sobre el escenario, dos músicos en cuatro ojos enamorados cada uno del otro par, y estábamos enteras y en carne viva. Carne viva de nuestro tango, y después se sumó la guitarra, la chacarera daba ganas de llorar, carajo, me hubiera ido directo al escenario a abrazarlos a todos o a romper a golpes la guitarra, romperla contra el piso de amor, romper la flauta a golpes contra el piano, gritarles la puta madre me perforaron, me perforaron a chacarera. Sí, entiendo. Cosas de la tierra y la sangre que yo también entiendo.
5 comentarios:
"muy lindo, imperfectible" es lo más elaborado que permite esta hora.
Me encantó, me perdi, me llevo de viaje. La verdad que cada dia mejor, Parodi, avanzas con sancos.
Un beso a las dos guerreras,
y un mate y rio para las tres.
El maldito efecto subliminal de tu escritura: al dia siguiente de leer esto, salgo del subte escuchando living colours(haciendo un cover de AC/DC!!)y sin embargo pensando en Salta, en dos musicos que conoci en un barsucho, en cómo a partir de ahi empece a apreciar el folklore, y sin entender cómo había llegado eso a la conciencia...
... lo tuyo se queda clavado, está claro...
Ni la sangre más sangre ni la tierra más tierra se convierten en folcklore si alguien no escribe, o no canta, o no toca sus crónicas. Menos mal que sangre y tierra nos sobran y que para relatar nuestras historias te tengo tan cerquita¡¡ Te quiero siempre escribiendo nuestros vuelos
te quiero negra
Clari
Me dejaste boquiabierta, no lo habia leido.
Te quiero muñe,
Euge
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