31 de diciembre de 2007

aniversario II


No me hables desde tan cerca.
¿Por?
Porque me da ganas de darte un beso.

Decir esas cosas tiene un costo tan alto... "Me da ganas de darte un beso" y ahí nomás se contrae la panza como si me lo hubiera arrancado de ahí mismo para decírtelo.

Te lo di, ¿no? ¿Te lo di en ese momento o más tarde? ¿O me lo diste vos? ¿O te lo pedí?

No sé por qué te hago estas preguntas si me acuerdo perfectamente. Fue otro beso en secreto, esos son los únicos que me das con recaudos pero generosidad.

¿Cómo puede ser que vivamos dos cosas distintas en un mismo contacto? Digo, ¿no? Porque un beso debería ser algo como el punto desde el cual abre las alas una simetría. Debería. Y al final siempre me quedo con un gusto raro, medio a que más que un beso fue una paja. O a que más que una boca fue un punto de apoyo. Y todo eso se parece mucho a la decepción. No sé por qué le vuelvo a cerciorar si sigue pareciéndose a la decepción y a ninguna otra cosa, cada vez.

Hace unas horas me saqué las sandalias porque vi el piso del patio mojado y tenía ganas de sentir el agua fría en la planta de los pies. Camino a la casa me había estado acordando del día del corte de luz, las costillas y la pileta porque hacía el mismo calor asfixiante y la esquina estaba igual de oscura. Me prendí un cigarrillo, me senté en ese banco de plaza mareado y caí en la cuenta de que pasó exactamente un año: fue el treinta de diciembre del año pasado. Ese día se desató una vorágine de manos abajo del agua, arriba del agua y abajo y arriba de la ropa. Ese día se empezaba a gestar la simetría de los besos que iban a venir, esa que al final quedó renga.

Me acordé también del día siguiente a esa inauguración, el último año nuevo, que se abrió en un amanecer frío de olor a pólvora. Las primeras horas de esa madrugada fueron un enchastre, una irresponsabilidad discursiva -esos contextos justifican el decir cualquier cosa. Ustedes se tiraban al piso en el río sólo para interrumpirle el paso a la gente y yo me reía a carcajadas; después te paraste de espaldas al sol y me mirabas de reojo de vez en cuando.

Tengo el recuerdo fragmentado, me acuerdo más de los trayectos de un lugar a otro que de los hechos que ocurrieron en cada lugar. Prefería desplazarme. Prefería que me desplazaras vos, manejabas mi auto con tanto cuidado... En la puerta de tu casa te dije lo mismo que hace una semana: Me muero de ganas de darte un beso. Y era verdad, me moría. El costo era todavía más alto en ese momento. Había una transgresión en juego, una imposibilidad concreta contra la cual no íbamos a ir (del todo) ninguno de los dos. Me quedó perfume tuyo en los ángulos del cuello, me quedaron las manos temblorosas, pero no había habido crimen ni falta.

Volví a casa como volando. El año que empezaba era una promesa en palabras tuyas afirmada en gestos; un viaje que me iba a animar a hacer. Y me animé. El problema fue que quedé como queda cualquier viajero: sin la posibilidad de volver a casa (ni aún volviendo...) ni de llegar a ningún lado.

¿A quién le habrás mentido un beso hoy que no estuviste en ese patio para festejar el aniversario?

26 de diciembre de 2007

la secuencia con Horacio

El fin de semana anterior habíamos conocido a un artesano que llevaba las uñas sucias, varios metros de alambre rojo y otros más de discurso contradictorio. Sostenía el alambre entre los dedos mientras que con la derecha manipulaba la pinza que lo torcía y mechaba apología de la marihuana con ideas musulmanas sobre el rol femenino.

Yo estaba agotada, esa tarde. Agotada de retener todas las cosas que nunca puedo enunciar ni descontracturar cuando discuto, y venía de casa con una lona y el termo lleno dispuesta a inyectarme aire a la fuerza. La había llamado a Anya con la voz tensa preguntándole en dónde estaba. En el río. Voy para allá. Llegué, pasé por encima del tronco que separa el asfalto del pasto como primer anticipo del abismo y los pulmones ya estaban hinchados, circulaba por mis piernas una sangre nueva, más liviana, que a veces atina a hacerme correr y siempre falla pero por lo menos atina. Cuando llego al río siempre me surge fijarme cómo la tierra es minoría. La pared de piedra resiste la orilla pero el agua nunca termina de ceder, más bien muerde (aún sin olas).

Anya me había dicho que me esperaba a la altura de la feria, llegando al faro pero más cerca del río, debajo de un árbol, lejos de la murga –pero desde acá la esucho. Eran coordenadas torcidas pero confié en mi intuición y en la habilidad que me generó la miopía para reconocer lenguajes corporales desde lejos. Caminé tratando que no se me notara estar buscando porque por alguna razón, buscar me da mucha vergüenza. Escuchaba la murga, había sorteado la feria antes de saltar el tronco, y estaba lleno de árboles pero había una sola persona sentada como se sentaría ella debajo de uno. Levantó un brazo, descreída de todos mis recursos para encontrarla. Y no sé si fue el termo o la bandera de Brasil abajo del brazo, pero algo atrajo al artesano de inmediato. A mí no me importaba que interrumpiera, de hecho era un alivio que me obligara a omitirle el relato de la discusión a Anya, pero tampoco tenía fuerzas para ningún tipo de cordialidad más allá de cebar mate u ofrecer cigarrillos. Por eso fue que no expresé desacuerdo cuando, ya instalado en nuestra lona, definió el ciclo menstrual como el eterno renovar de una amnesia. Las minas, cada veintiocho días, se olvidan de todo lo que aprendieron. Una teoría de mujeres menopáusicas como únicas memoriosas posibles. Hasta le sonreí, porque la verdadera incomprensión nunca se parece a la mala leche. Hay un cuerpo que atender, nos dijo después, y el suyo estaba todo menos atendido, pero tenía noción de las bases materiales sobre las cuales descansa el espíritu. Hubiera querido cambiar de tema para contarle que tenía ojos parecidos a los del papá de la persona a la que más amé en mi vida, pero le podía llegar a resultar incómodo o desconcertante.

Siguió hablando y hablando y hablando. Nos habló de sus parientes. A todos nos gusta hablar de nuestros parientes, desde chicos. Los chicos casi siempre se jactan de ellos. Mi tío trabaja en un lugar re importante y conoce a muchos famosos, por ejemplo. O mi prima es más grande que vos, como si tener más edad fuera un mérito. Y yo contesto: ¿sí? En vez de ¿qué carajo me importa? Pero lo que contaba el artesano me importaba. Su verborragia me mantenía protegida de la mía y podía sentir los gestos faciales que emitía como respuesta cada tanto, y estaba concentrada en eso y en los movimientos mecánicos para hacer girar la ronda del mate y volver a su lugar los vértices de la lona cuando se plegaban sobre sí mismos por el viento. Tenía una ampolla en la lengua por haberlos cuidado del mate del sonso y la estaba sufriendo porque las ampollas dan esos dolores persistentes, esos que siguen cantando presente y si uno se distrae y se olvida, un segundo después se encuentra raspándola contra el revés de los dientes para hacerla doler y recordarla. ¿Por qué? ¿Por qué esos instintos masoquistas en miniatura? Si raspás una ampolla contra los dientes, duele. Aprendé, no hay vuelta que darle. Pero no había forma.

Lo escuchaba a hablar a Horacio sobre la naturaleza y el pensamiento musulmán y todo era hermosamente disonante. Y la veía a Anya discutiendo la disonancia y pensaba que ojalá pudiera compartir con ella mi forma de disfrutarla. No hay nada que decirle a Horacio, él encontró sus banderas. Y las agita y me hipnotiza el flameo. Mirá, mirá... Yo tengo descendencia árabe, por eso, aclaraba. En un momento no hizo falta explicarle nada, Anya se relajó y empezó a sonreírle más. Estábamos realmente conectadas con Horacio, con su historia, con sus parientes… Nos contó que vivía en Tigre, en el delta, que iba a tener una hija, Yumalay, y que era un viajero. Y era, eh.

Una semana después de ese domingo que conversamos con él, me llamó mi tía y me invitó a su casa en Tigre. Escuché desatenta las explicaciones de cómo llegar porque son indicaciones que me aburren tanto como las reglas de los juegos de mesa. Aparte desarrollé otro mecanismo compensatorio de una deficiencia (aparte del que genera la miopía): una poderosa intuición espacial rescata mi característica de colgada en todos los aspectos. Entonces yo iba a saber cómo llegar de cualquier forma, aún no habiendo ido antes.

El tren estaba hacinado y era una tarde de calor húmedo de esos cuyo peso siempre se acumula en las sienes. Me subí al tren entre los hombros y los brazos de tantos y dejé que me sostuvieran ellos en todas las curvas y frenazos. No me molestaba la transpiración de nadie porque me gustan los trenes cuando son un caldo agridulce de miles de tipos de personas. Y a la vieja con pinta de frígida medio que la apoya un morocho interesante –e interesado en apoyarla– pero no le importa porque el contexto lo justifica. Compartimos un tren mucho más que como compartimos un colectivo. Nos sentamos enfrentados mucho más cómodos que en los colectivos y nos miramos más a los ojos y un poco me calienta.

Llegamos al final del recorrido, me di vuelta para mirar por la ventana y cayó ese chorro de agua que se desliza por los vidrios a veces cuando el tren frena. En la otra fila de ventanas estaba el sol que se caía por entre los árboles, tachando la parábola que se le había ocurrido esa mañana en el río. La gente se dispersó rápido por los andenes… al final todos iban a lugares muy distintos. Se alejaron por la plaza, algunos, llenos de piernas largas como las de Papaíto y parecía la forma perfecta de cerrar una tarde y de poner el sol. Tenía una sensación natural de que era hora de volver a casa, de guardarnos todos, algunos por acá, otros por allá. Encontré la parada del colectivo que me tenía que tomar para completar el recorrido y me quedé ahí mirando cómo mi sombra se estiraba hasta la mitad de la avenida y cómo los autos la pisaban… y de repente me acordé de que acá vivía Horacio. En Tigre, me había dicho, ¿no? Sí, ¡sí! E hice algo bobo: sonreí, y después lo busqué, un ratito, entre la gente.

24 de diciembre de 2007

"Conceptual Incomprensible"

Llegó un buen día en que me cansé de la oscuridad y *zas*, abrí las cortinas.
Así quedó el blog.
(A ver si se contagia el contenido, enhorabuena.)

2 de diciembre de 2007

siendo la puta madre

Te tuve en lo oscuro de la entraña y te perdoné con la vida. Te tuve entre los dientes y te perdoné con la lengua. Primero te tuve quieto y ahora te tengo ido de donde dejaste sin terminar el plato y un cosquilleo expectante entre las piernas. Me diste un beso en la frente y un cuidate, mientras salías. Me cuido, me voy a cuidar.

Sólo hubiese preferido que agradecieras la vida, la lengua madre y la comida, y que te quedaras vos a eso de ocuparse de cuidarme.

25 de noviembre de 2007

sudoku

Me dirijo a usted para hacer alusión y analizar un poco más en profundidad la sucesión de eventos que no hacen más que esclarecer y confirmar mis sospechas. Se trata de un complot. En mi contra, por supuesto. No se anime a fruncir el ceño ni a pasear la pera de derecha a izquierda y de izquierda a derecha hasta no haber llegado a la tinta espesa de mi firma. Hay pruebas y relaciones que imposibilitan cualquier otra conclusión.

Usted ya lo sugirió. Habló de cómo mi hermano, Pablo, le hizo un llamado telefónico y le ofreció sus favores sin más (a cambio, quiero decir). Bueno, me animo a decir, conociéndolo, que eso es imposible, doctor. No sólo no es factible, es imposible. Si no me equivoco me introdujo la conversación que tuvieron diciendo que gentil o subrepticiamente él se apareció del otro lado del teléfono con un tono agudo de vocación de servicio… Sin duda subrepticiamente. Y el hecho no desafina con el tenor del plan que Pablo viene diseñando hace años, cuando se me hizo la oferta de trabajo y yo acepté a desgano. Lo acepté a desgano porque no se condecía con mis aspiraciones artísticas y porque, sin duda, un trabajo mecánico de oficinista arruinaba la posibilidad de seguir militando. Una cuestión de imagen, sabrá comprender. Pero en definitiva era un sueldo fijo. Mi hermano, en cambio, había esperado desde su niñez el momento en que se abriera una puerta para empezar a hacer carrera en la empresa mediocre de nuestros tíos. Mis tíos no lo creyeron adecuado para el puesto, cosa que jamás le confesaron. Y ahí se libró una guerra para conquistar el espacio simbólico que significaba esa oficina. Una cueva, para mí; un acceso para él. Somos hermanos, doctor… Piso, derecho de piso, sucesión, primogénitos, genes: distribuciones –aleatorias y criteriosas– intrínsecamente injustas. Por definición injustas. Injusto había sido desde el primer momento compartir un útero tanto como no compartir la placenta; desde ese momento prematuro aborrecemos compartir las cosas tanto como no compartirlas. La empatía se vio imposibilitada por haber vivido distinta a la misma madre, al mismo gato y la misma muerte: Avatares de la infancia que bifurcaron nuestro camino en distintos andariveles. Y la tensión se electrificó aún más con el tiempo y la convivencia, sobre todo ahora que compartimos un dos ambientes, vista al estacionamiento de un restaurante chino. Este detalle aparentemente irrelevante fuera del contexto de revista de inmobiliaria, en realidad no es un detalle, porque acrecienta las posibilidades de que la mafia china esté involucrada en el complot. Mi hermano los contrató, sin duda, para deshacerse de mí y despejar el camino sin mancharse las manos con mi (y su) sangre. Pero no cualquier mafia china, porque puesto en esos términos suena hasta hollywoodense. Se trata de una organización que centraliza clandestinamente el poder sobre todos y cada uno de los mercaditos y restaurantes chinos (porque están todos ligados, por más que nos parezca imperceptible o a pesar de que sean todos tan similares que uno no se detiene a fijarse si están conectados o si son simplemente uno solo, un déjà vu geográfico, un local abierto hasta más tarde… chow-fan, chop-suei, dai-gual). En esos templos de la gastronomía exótica –ya más bien ex exótica, de tan incorporada– rigen normas que nos resultarían indescifrables aún si nos las explicaran manual mediante. Normas, justamente, de derecho de piso, que nos hacen pensar aberraciones como que el darwinismo aplica hasta en oriente o que en realidad no hay demasiada diferencia entre un sable legendario que tajea el aire, una lucha entendida como un arte; y la imagen de una mágnum apretada por el puño de un rubio a medias rapar que masca de costado un chicle rosa y se jacta de un sentimiento de pertenencia heroico e infundado.

Yo tenía la idea naïf de que los orientales estaban librados del Dios al que se le ocurre bendecir sólo porciones del continente americano y pensaba que no se veían afectados por los contra-ataques de los otros continentes a los que la idea, teológicamente, no los convence… Yo tenía la idea naïf de que ellos estaban al margen de este tipo de lógicas lineales y dicotómicas de idas y vueltas, de buenos y malos, igual que como se desentienden de la leche vacuna. Pero no: Resulta que cada supermercadito paga el derecho de piso, cumple normas, responde a hermanos mayores y a ancestros fundadores de las primeras góndolas alternativas y fluorescentes de las calles del Once. Y se dice que violar estas leyes se paga en algún rincón del bajo Flores, con la vida. Decenas de chinos han muerto en esas calles tras el abandono de los homicidas y la negligencia lógica de los vecinos que pecaron de hispano-hablantes más que de negligentes y no supieron comprender el pedido de ayuda en chino mandarín (Es más, no lo habrían entendido ni doblado al español porque su agonía es conceptualmente distinta y por ende también es distinta su forma de expresarla).

Es principalmente por eso que recurro a usted, doctor, porque si efectivamente él se contactó con esta gente a través del restaurante de enfrente, si los hizo partícipes de su plan, me quedan sólo días de vida. Y como no conozco el bajo Flores, no voy a tener forma de percatarme cuando el taxista que elija –como siempre, sin criterio– se esté adentrando en la Avenida Cobo a una velocidad inusitada en vez de dirigirse a San Telmo, respondiendo a mi pedido. ¿Entiende lo terrible del caso? No podré siquiera darme cuenta de que estoy subido a un taxi pago de antemano, por mi hermano, para llevarme sin escala al homicidio. Por más indicio oriental en lo amarillo de su techo, por más indicio de pronto luto en el negro de las letras T, A, X, I, y por más evidente que sea la diferencia entre San Telmo y Flores, porque de cualquier manera no miro por la ventana cuando viajo en taxi.

Usted dirá que no tiene forma de evitarlo más que acompañándome cuanto antes a hacer un recorrido detallado del barrio para que me sea posible reconocerlo en un futuro. Pero no. Está bien así, doctor, porque no pretendo evitarlo. Más bien intento que quede al menos un testigo de que advertí perfectamente la forma en que mi hermano adquirió una destreza casi natural en el dominio de los palitos chinos, así como también noté el hecho de que cambió la sal por la salsa de soja y comenzó a usar cinturones negros. Quiero que sea usted el primero en saber que el portero me informó que lo vio a Pablo redondeando el trato con los chicos del delivery del restaurante en un español rústico pero suficiente para abordar la materia, y que cuando encontré el sobre con la multa fotográfica que le hicieron por estar mal estacionado en Juramento y Montañeses ya no cabían dudas: usted debe saber que todos éstos no me resultaron sucesos aislados entre sí. El hilo que los enhebra es la médula del plan macabro que resultará en una vacante: Un escritorio pelado y su respectiva silla con respaldo reclinable y con el espacio vacío y listo para un culo nuevo que bien podría ser el de mi hermano. Que bien quiere mi hermano que sea el suyo.

Habiendo esclarecido los intereses que diseñarán mi muerte, habiendo descubierto de antemano el ejército en las sombras que espera agazapado, ya no me importa morir ni convertirme en el culo que no está frente al escritorio, porque me propongo como un mártir de los que sólo occidente podría ofrecer. Esto es fundamentalismo, doctor. Con tal de terminar de descifrar el acertijo, de armar el rompecabezas, o más aún: de demostrar que pude descifrarlo, seré capaz de sacrificarme. Queda en sus manos la parte de divulgar la historia del hombre que resolvió el Sudoku borgiano de su muerte y para probar su acierto se entregó, sin más (a cambio, quiero decir).

10 de noviembre de 2007

geografía de mentira para tamara (triple frontera)

Cómo se nos va a cortar la comunicación a los ocho minutos cronometradísimos, en el momento exacto en el que me tocaba decirte que ya estoy llegando, que ya tengo pasaje, que ya no vas a estar más solita. Mirá si la locutora de cuarta que contratan para grabar esas cosas dijera usted dispone de [todos los] minutos [que quiera porque contener a una amiga que se está por ir a Egipto con una valija pesada es una buena puta causa]. No dijo. Dijo tútútútú. Y yo que nací sin esa capacidad de síntesis que me hubiese permitido obviar la parte irrelevante del choripán y la costanera aunque llueva. Eso me hubiera ahorrado –mínimo– *dos* minutos.

Acaso el delay del correo me permita los caracteres disponibles para garantizarte eso: ahí voy, está impreso en papel de pasajes como los de antes. Renové el pasaporte en tiempo récord y después caminé por San Telmo y por el Microcentro y me sigue pareciendo insólito no aprovechar esos trámites penosos para pasar a visitarte. Buenos Aires es preciosa, no sé qué tanto París, qué tanto Cairo, qué tanto rubio. Dibujé la ciudad como un reptil bajo tierra sin más que las primeras letras del abecedario: línea D, línea C (tu casa), línea E… hay otro capítulo de Boedo: Pedro se me dirigió sin tutearme y presentándose como si fuera posible no saber de quién se trata. Yo le contesté, sobre todo, mi firma. Para que se trate de dos nombres. Para que Bolívar sea para combinar.

Clara tuvo a Luca. Luca no tiene más cara de ombligo pero más o menos, por lo fruncido. Soy tía; soy un desvío de rama en el árbol genealógico de Luca. Fue una cesárea prolija, sobre todo porque no sé qué tema de la operación o de la sutura mantuvo callada a Clara por prescripción médica y me dio licencia para acompañarla tranquila. Ella se despertaba de a ratos, me miraba y yo le sonreía como diciendo es un placer esto de que no puedas contestarme. Un placer tal, que yo tampoco necesito decirte nada. O una sola cosa: Luca es un monstruito arrugado y hermoso y tiene unas uñas diminutas, casi perversas, que no sé cómo hicieron para hacerse en tu útero. Mirá las uñitas que hiciste. Y yo soy su tía y las cosas se parecen cada vez más a no ser el tronco de ninguna genealogía y a estar más cerca de la fruta que madura y que es tanto más dulce.

Para lo único que quiero que la dejen volver a hablar es para escucharla decir Luca sin que él se entere de que nadie, nunca más, lo va a nombrar significándolo como ella en ese momento. Y no podría tolerar no atestiguar ese bautismo.

7 de noviembre de 2007

media sombra

Buen, ya fue, apago lo luz. Si se prende alguna voz estridente, si me visitan los duendes, si lo resuelvo con los dedos o si se hace tarde, la vuelvo a prender. Sí, la vuelvo a prender. Sin querer saber la hora porque si me fijara tendría que ir estirando los dedos de a uno para calcular cuántas horas voy a dormir y terminaría con la palma de la mano suspendida en el aire, lamentando otro día de mañana durmiendo en colectivos de a cabezazos, de a puchitos, de dorapa.

Bueno, la vuelvo a apagar y subo las rodillas hasta trabarlas con los codos en un nudito de carne y hueso que busca la temperatura exacta para dormir. En algún punto ciego de la rumia asomará el inconciente a lucharle a la guardia alta.

Me acordé de que así de a medias dormido estaba él cuando me dijo con los ojos cerrados no me voy a esconder, me voy a tener que buscar otra como vos. ¿Por qué como yo? ¿Por qué no yo, si querés como yo?... Igual dormido o despierto siempre es: yo no. O es yo de a ratitos, a contrasueño, de resaca, entre puchitos, de dorapa. A medio desvestir, a medias duro, a medias mío. Estás fría, estás seca, se queja. Estás conmigo, estoy atado, se queja. Soy de otro, le juro, y en venganza me suspende en el aire amenazando soltarme y dejarme caer al agua. Me inclina un poco más sobre el borde de la pileta y me dice ¿Sabés qué? Caerte depende de tu fuerza, no de la mía.

Exacto.

Desde ese puerto salí a dormir, esa noche.

30 de octubre de 2007

arroz con leche

Flor, ¿sabés saltar la soga?
Sí, ¿cómo no voy a saber?
Me miraron desconfiadas, creen que no tuve infancia, que nací maestra. Piensan que el autor de "A la tijerita que se abre y se cierra..." es contemporáneo.
Salté para reivindicar todo el siglo pasado.
¡Mirá, Sofi! ¡Vení! ¡Mirá! ¡Flor sabe saltar la soga! ¡Y le sale cruzado!
Yo también me sorprendí cuando me salió cruzado, en realidad.

El domingo siguiente jugamos a saltar la soga en el patio de Monasterio sin la excusa del delantal ni el justificativo contexto del colegio primario; sin los seis añitos de edad. Nosotras, mujeres del siglo anterior, supimos correr a un costado la conversación sobre sexo o sociología, y nos pusimos a abrir y cerrar la tijerita, a tocar el cielo y a tocar la tierra. Y cuando nos enredábamos o nos caíamos lo difícil era reponerse de las carcajadas. Uno se acostumbra a dejar de improvisar, ¿no? Pocas tardes de domingo se prestan para bailar, saltar la soga o jugar a la sardina. Yo prefería toda la vida la sardina antes que las escondidas. Era menos solitario.

La luz está estirada. Se instala más cómoda para hacer crecer los jazmines del aire, para sumar un par de rondas de mate o para pedir una cerveza fría. ¿Vos tomás? ¿Vos tomás? Sí, cuatro vasos. Los domingos vuelven a tener más olor a río que a angustia.

¿Vamos a Boedo?
No sé... ¿a qué hora volveremos?
Y... tipo doce.
Yo por el horario no tengo problema, ¿vos qué tenés ganas de hacer?
Ella hizo un par de llamadas para delegar la decisión. Yo manifesté un par de dudas para exorcizar la incertidumbre. En cuestión de parpadeos y boletos estábamos en un andén esperando un subte con ritmo domingueante. Estaban inquietas, parecía como si sintieran que podían asaltar al señor locomotor a punta de cañón y poner quinta con tal de no llegar tarde al recital.
Quedate tranquila, estas cosas nunca empiezan a horario.
Sí, pero son las nueve y veinte y empezaba a las nueve.
Bueno, ya fue.

Boedo y superficie. Para mí sigue siendo una teletransportación si no hay ventanas a exterior, pero de cualquier forma estábamos ahí. Las calles se llamaban como Bolivia, dijeron ellas, y caminábamos a un paso mucho más rápido del que hubiera preferido por lo cual yo iba unos pasos más atrás quejándome por no poder prender el cigarrillo.
Chicas, ¿es acá?
No, faltan tres cuadras.
¿Es acá?
No. Faltan dos.
Cuando estaba por volver a preguntar nos saludó el guitarrista que estaba parado en la puerta:
Todavía no empezamos a tocar pero falta poco.
¿Viste? Caminamos a treinta kilómetros por hora, no sabés... Yo le dije...
Bueno, vamos entrando así elegimos mesa.

Me encantan las mesas en los rincones. Teníamos cerveza fría, una pizza casera llena de orégano, una excelente perspectiva del escenario ya armado y una distancia prudencial del parlante. Subieron los músicos y después Pedro, tomando del pico de una botella de agua. Se paró y se secó la boca con el revés de la mano en un gesto autoritario de "prendan el foco, llegó el cantante". El problema es que yo acato esas órdenes con obediencia militar: desde los ojos prendí el foco. Algo en el cuerpo -que sabe- me dijo sí: arroz con leche.

29 de octubre de 2007

match point, algún verano


Volvía de la playa y una vez bañada y con el pelo enrulado y los cachetes rosas, bajaba por el ascensor con una mezcla de ansiedad, insolación y miedo, quién estará en la mesa de ping pong. Siempre estaba el nene malo. Siempre.

Una vez me le animé un partido. Un partido que jugamos abajo de los ojos de todos los chicos del edificio, todos en su cancha. Y gané.

20 de octubre de 2007

tamara sigue lejos

¿Te acordás? Fue una de las tantas veces, tantas que parece una sola. Una sola larga vez. El mismo tenor de luz, el mate igual de lavado, el cenicero igual de asquerosamente lleno y esa manera de charlar como se patina (si patinara). Esa noche tu mamá nos dijo que soldado que huye sirve para otra guerra. Y tiene razón. Pasa que en ese momento no se me ocurrió preguntarle -y ahora que está allá me intriga la respuesta- ¿qué pasa si una era capitán de ese Titanic? Porque llegó la hora admitir que el cine yanqui nos engolosina a todos por igual y que allá por los trece nos pareció de lo más noble y heroico el momento en el que el capitán se da cuenta de que se cagó la nena y se encierra en la cabina para morir con el barco. Son tiempos duros para el romanticismo, admite la tanda con un tono mentirosamente militante. Son. Y los de la vieja ola, los que nacimos a la sombra de un cóctel fatal de piscis y sagitario, tuc: cerramos la puerta de la cabina para morir a la par del sueño soberbio. Es que nos parece que no hay otra guerra ni otra causa. ¿Hasta qué punto la convicción? Decime vos. Me cansé del estandarte de la incondicionalidad y da la puta casualidad de que es el único estandarte del cual no valía cansarse. Ajo y agua, dicen las letras chicas. Ok, bring it back to mother goose. De última si te quedás dormido, yo te tapo. Fuck my dream, right?

29 de septiembre de 2007

ontem

Río de Janeiro parece ayer. La noche que burlamos advertencias, que burlamos la sección *El Mundo* del Clarín pedorro que anunciaba que entre los narcos y la cana estaban prendiendo turistas como vengalas. Todo por una supuesta guerra de espacio simbólico, como cualquier otra guerra. Es que igual los cariocas nos habían dicho que en Ipanema ves lindas caras, linda gente... (portación de cara: ese bulto que no se esconde en el bolsillo).
Nosotras habíamos llegado al barrio esa tarde después de cinco días de Cenicientas en Copacabana, vista al mar desde un piso treintaipico. Dos geólogos andaluces habían sponsoreado una incursión a la gastronomía local bien lubricada con tragos frutales, y varios surfers y un mozo fueron azafatas de la montaña rusa que fue ese colectivo hasta Lapa y del Samba que fue Lapa en sí. Todo era zapatitos de cristal y la ciudad parecía nuestra, pero igual esa noche descubrimos que nos copaba volver a las Topper y a la portación de mochila. Nos sentamos en la orilla con esa ensalada de todas las pieles y cementos a espaldas y los morros ya eran una sombra, salvo los dos hermanos guiñando luces como árboles de navidad mellizos e inmensos a nuestra derecha. Cristo se había ido a dormir y eran los últimos días de enero pero todavía había olor a Reveillon y un rumor de macumba. Esa tarde habíamos visto la prueba de sonido de Rita Lee, su rojo furioso y su guitarra y habíamos pasado por la puerta de la cumbre presidencial, entre la prensa y los grandotes de segurança. Todo era monumental pero accesible y lo transitábamos como quien tiene el camino trazado.
Hundí los pies hasta que la arena se coló entre los deditos, estaba seca pero helada. Nos pusimos a charlar y apareciste en la conversación de manera insólita porque no hablábamos de vos hacía años. Supongo que estábamos teniendo esas charlas nostálgicas que siempre terminan en "qué edad de mierda, los quince, che"... en ese rubro es donde tenés que estar y tenés que quedarte. No sabíamos que un rato más tarde te íbamos a cruzar a pocas cuadras inaugurando la cagada que se volvió a partir de ahí y de repente, tener veintiuno y estar en Río de Janeiro.

23 de septiembre de 2007

once upon a time

Soñé con besos llenos, de los de del todo. Con una boca obtusa de dientes escondidos. De un calor exacto, de un agua nuestra, profana, muda. Del primer y único plano encima nuestro y lo demás en blanco y negro, o pausado, o no importa. Cada mano que sabe en dónde están las otras tres sin verlas y juega a perderse y después entre todas agarran la cara del otro con las palmas para confirmarla. Soñé la sensación de descansar en la certeza de que acá está tu cara: entre mis manitos; aunque las saque está entre mis manitos. Acá está tu ángulo mío entre el hombro y el cuello, el huequito perfecto para poner a descansar la nariz. Acá se me queda tu olor pegado, no sé bien en dónde.

¿Te vas?

Dame un beso.

Te di el último con lágrimas y la boca tensa que temblaba. Temblaba como la vez del primero. En el medio abundaron los quietos, los cortos, los llenos, los justos.

20 de septiembre de 2007

freeth(e)man

A mí me parece que usted tiene una fantasía de conquista, como de civilizar la selva impenetrable.

Ajá… Civilización vs. Barbarie (qué trillado, ¡don Domingo Faustino!)… En la historia de la humanidad siempre ganó la civilización por lo cual no veo razón para perder.

Sí, salvo el hecho de que él tiene las armas de fuego y yo voy al campo de batalla con cinturón negro en una retórica artificial que nunca alcanzo a empezar a conjugar. Ni a dirigir, de hecho… (más pausa). Bueno, querer anclarlo puede ser un delirio imperialista de mi parte pero es mi naturaleza de mujer tetona y occidental, doc, tendríamos que desenterrar mi árbol genealógico. Tranqui.

19 de septiembre de 2007

otra carta para tamara

Desde que Clara está embarazada todos los clientes que entran al local y notan la panza la miran con ojos contentos y cómplices. Como diciendo “uy, vas a parir”, y a mí me parece idiota pero no puedo evitar que me enternezca. A ella le encata porque la distrae del tema de los tobillos hinchados y le recuerda que uy, va a parir, como si el bombo que carga de acá para allá no fuera recordatorio suficiente. Tiene algo disinto últimamente, algo de cachetes muy rosas y rulos que rebotan. No para de hablar y a mí me parece idiota pero no puedo evitar escucharla, creo que porque ya empiezo a querer a ese sobrinito con cara de ombligo y me veo en la obligación de respetar a su madre.

¿Querrás saber sobre el clima? La gente cuando se va lejos, en especial a otros hemisferios, pregunta por el clima de una forma mucho más genuina que como se comenta en el ascensor. No se me había ocurrido pasarte esa info antes porque más bien le corresponde a tu papá. Pero recién pensé dos segundos en tu papá y terminé convencida de que necesitás el parte meteorológico: Todavía hace frío. Nos mintieron algunos días de calor. Yo estoy bien; prefiero así: fresquito. Igual el viernes empieza la primavera y podrán hacer grados bajo cero que las pibas del barrio igual se van a lookear con sus atuendos más floreados y jipones para ir a fumar porro al río. Despechugadas, ¿viste?, pero por una causa.

Estuve pensando seriamente en cómo contestar a lo que me contaste… ¿Cómo?, decime vos. En realidad de ninguna manera. Perdoname, pero no hay nada que te pueda decir sin un abrazo antes y otro después. No hay nada que resista el *entre blancos*, en posición evidenciada. Salvo que

te quiero

y te extraño

mucho.

9 de septiembre de 2007

carta de mentira al exterior

Sí, igual ya sabés: Las cosas en los hogares siempre se quedan más o menos como uno las deja. Cambiamos las cortinas del comedor, a lo sumo; o se rompió -¡finalmente!- la plancha que les regalaron los abuelos a papá y mamá en los ochenta. Este último tiempo mamá estaba azorada de que siguiera funcionando y le contaba a cada invitado que la plancha era más vieja y leal que su hija mayor. Yo contestaba mecánicamente que gracias por lo que me toca y que las camisas quedan como el culo así que si no es la plancha es su falta de meticulosidad. Los problemas de nuestra raza, la de los sedentarios, son mayoritariamente técnicos. Todo está en curso hasta que un paro de bondis se viste de evento, todo funciona hasta que la plancha leal hace cortocircuito, chisporrotea sobre la pollera de raso de Clara haciéndole varios agujeritos y exhala, agotada. Y para contrarrestar lo intrascendente de estos infortunios yo decido enamorarme deliberadamente pero nunca hay un tipo del hierro de la plancha que tuvimos, ¿sabés? Nunca. Boluda: Me está creciendo una mochila en la espalda, se me están frunciendo las raíces. Quiero irme para allá... Haceme el favor: Viajá por las dos y sobre todo extrañame.

6 de septiembre de 2007

oikos en una sola dimensión

El placer de manejar en pantuflas. Cuatro de la mañana, sábado, y yo en pantuflas blancas de toalla, floreadas –muy Nana Fine– con las manos en el volante sintiéndome muy Fangio.

Resulta que la cana secuestró como a cinco autos en Libertador y a mí la alcoholemia me hubiera dado perfecta: menos cero coma cinco (agradezco que no midan azúcar en sangre), pero no me pidas una cédula de ningún color, Rati, porque salí en pantuflas. Lo miré fijo y me estacioné al lado del patrullero porque nadie en falta lo hubiera hecho.

Después me escabullí entre las calles internas, esas de semáforos de adorno, e hice el recorrido automático hasta su casa. Sentí eso de cómo las manos doblan solas en las esquinas en las que hay que doblar y los pies conocen sin ojos en dónde están puestos los semáforos, cuánto tardan en cambiar… para llegar a la fachada, tan en primer y único plano –como en una sola dimensión– y recordar que ahí vive y ahí vivíamos. Decir ok, si la casa existe, si la puerta es tal como yo la recordaba, entonces es verdad, aunque ahora todo esté disfrazado de recuerdo y resulte a los ojos plano como una foto. Pararme en frente de esa casa que parece un cuaderno de ladrillos para volver a los objetos que siempre nos sobreviven. ¿Cómo fue que nunca me detuve en que nos iba a sobrevivir la puerta de tu casa y su fachada chata? Ahora lo distinto es esto de no bajar a tocar timbre, no sé si porque no lo haría o porque estoy en pantuflas floreadas.

28 de agosto de 2007

222, tres patitos

Los días antes de irme planeé mil veces la mejor forma de ordenar mi escritorio. Me sentaba en frente de él y diseñaba alternativas. Se me ocurrió que lo ideal era llevar una bolsa de consorcio y tirar todo lo posible y en lo posible tirar lo fundamental. Después lo descarté y me pareció mejor comprar carpetas de colores para organizar los apuntes. No pude.

Me subí al avión pensando en que ahí, abajo de la persianita de escritorio antiguo, seguía la ensalada de objetos ridículos apilados sin criterio en plena orgía a lo United Colors of Benetton: sin distinción de raza, sexo, credo o religión. Que ahí reinaba mi caos íntimo de ensalada perversa; que esa es la expresión de mis rincones. Me voy a morir ahogada en una montaña de hojas no leídas, cigarrillos apagados, fotos carnet de él cuando tenía ocho años, de él a los veintiuno cuando renovó el registro y yo lo acompañé, encendedores que no andan (los que andan los perdí afuera del escritorio), la materia prima de una base de datos incapaz de cobrar estructura… miles de objetos inútiles dándose el lujo de respirar mi aire. Los borradores de las cartas que le mandé, las cartas que me escribió él a mí, los dibujos que le hice y no me animé a darle, nuestra historia en historieta y en dos perspectivas...

No puedo sin estantes, o carpetas o bolsas de consorcio.

Quedaron sueltos todos los papeles que tienen que ver con él y yo estoy en este otoño de hojas huérfanas. Capaz la solución es kerosene y fosforito.

24 de agosto de 2007

pácha (s·spglish)

(A pedido de los zurdos de cotillón que, no sabiendo portugués, leen los híbridos en portuñol pero se niegan rotundamente si el inglés está en juego. A no renegar de nuestros orígenes... Mucho reto pero acá estoy, haciéndoles caso. Pucha, che.)

Y si me lo permitís, Juan,

te voy a tener que matar
sólo para ahorrarte el agotamiento:
¿Quién más puede tener un cielo de cinco lunas
y medirlas con escuadra para asegurar, cada mes,
que no es padre de cientos de medios hermanos?

¿Estás sangrando?
Sí.
Ok, me borro un tiempo, entonces.
Tiempo de siembra.
En cualquier otro lado.

(Te olvidás de que) Soy madre tierra, hijo de puta.
En donde sea que labres que caves que ares,
es la misma mujer la que se desgarra.
Tené cuidado con lo que decida dejar crecer
desde su entraña o su ombligo.


22 de agosto de 2007

pácha

And if you do let me, John,

I will have to kill you
just to keep you from the exhaustion you are going through:
¿Quién más puede tener un cielo de cinco lunas
y medirlas para asegurar, cada mes,
que no es padre de cientos de medios hermanos?

¿Are you bleeding?
I am.
Ok, me borro un tiempo, entonces.

Sowing time.
Elsewhere.

Soy Madre Tierra, hijo de puta.
En donde sea que labres que caves que ares,
es la misma mujer la que se desgarra.
Be careful with what she decides to let grow.

19 de agosto de 2007

meet me in mountauk

Joel: Hi.
Clementine: Hi. Didn't figure you'd show your face around me again. I guess I thought you were... humiliated. You did run away, after all.
Joel: I just needed to see you.
Clementine: Yeah?
Joel: I'd like to, um... take you out, or something.
Clementine: You're married.
Joel: Not yet, not married. No, I'm not married.
Clementine: Look man, I'm telling you right off the bat, I'm high-maintainance, so... I'm not gonna tip-toe around your marriage, or whatever it is you've got goin' there. If you wanna be with me, you're with me.
Joel: Okay.
Clementine: Too many guys think I'm a concept, or I complete them, or I'm gonna make them alive. But I'm just a fucked-up girl who's lookin' for my own peace of mind; don't assign me yours.
Joel: I remember that speech really well.
Clementine: I had you pegged, didn't I?
Joel: You had the whole human race pegged.
Clementine: Hmm. Probably.
Joel: I still thought you were gonna save my life... even after that.
Clementine: Ohhh... I know.
Joel: It would be different, if we could just give it another go-round.
Clementine: Remember me. Try your best; maybe we can.

17 de agosto de 2007

alterno

Las cosas que no aburren son las que no tienen alternativa: comer, dormir, tocarse.

Son-punto.

Y entonces queda el margen que se abre por sobre hacerlas.
En ese margen, la creatividad.

¿Hasta dónde da el placer de satisfacer las necesidades primitivas? Hasta el dulce de leche, hasta los orgasmos múltiples y hasta una siesta en la playa. Pero siempre da para más, da para direcciones distintas y siempre se puede volver a hacer. Se necesita volver a hacer.

Y después están las cosas que sí aburren… porque en realidad, en vez de estar estudiando, en vez de estar haciendo un trámite aburrido por una jubilación que ni sé si me va a llegar, en vez de ordenar mi cuarto o pintarme las uñas, bien podría estar comiendo, durmiendo o tocándome.

9 de agosto de 2007

pretensiosa, pretensiosa


Agarrar la lapicera como si el lenguaje fuera un bisturí y hundirlo en la hoja para que de ella brote un ojo sellado que al fin se abre para hacer una primera (la infinitésima) lectura de lo que existe. Y tengo, inclusive, la soberbia pretensión de que se anime a lagrimear llamando así a la lagrima de quien lo mira. Volviéndose así espejo.

ela é carioca


Anduvimos en boogy por entre la tierra rota de los morros que sangran. Todo es colores acá, hasta los pensamientos. Hay algo con olor a tierra que transpira gosodiesel, a pez que se fríe, a fruta que se pudre, y lo respiro tratando de anular el peso del ancla que enuncia una mentira: patria. Sin embargo tira, eh. Mi sangre: otra mentira de las espesas. Lo cierto es que acá el cuerpo se me pone contento y quedan simétricas la pena de mi país con gesto de macho pampa (puto) negligente y la alegría de la vida acá, la que podría ser.

1 de agosto de 2007

caminante


Ah, ok, entonces sigo. Debe ser por acá.

29 de julio de 2007


Necesitaba una bocanada de aire. Una amplia. Me di cuenta de que necesitaba una bocanada de aire amplia una vez que ya la había tragado. En algún momento entre la risa y la melancolía habrá surgido esa necesidad urgente de tomarla.
A veces me doy cuenta de que tenía sed una vez que veo el fondo del vaso con los ojos bizcos y la garganta hace ruidos mecánicos mientras pasa el agua. De la misma manera en la que a veces percibo mi necesidad de estar sola cuando el silencio hace un zumbido en la oreja y descanso del ruido. Entonces me recuesto y el peso de mi cuerpo no deja de expresarse sobre el sillón como si los almohadones no me sostuvieran y me hundiera en ellos para siempre. Sin fondo, sin pausa.
Sólo dejo de hundirme cuando concilio el sueño y apenas la luz me despierta porque me olvidé de cerrar los postigones, me doy cuenta de que necesitaba dormir. En algún momento entre la bocanada y el zumbido en la oreja habrá surgido ese cansancio.

27 de julio de 2007

lost


Everybody seems to have a fucking piece of advice. I wonder where are they handing them out.

23 de julio de 2007

aniversario


Ok, pero antes de salir podrías haber tenido la delicadeza de borrar los rastros: meter tu bufanda en jabón neutro, por ejemplo. Podrías haberte encargado de que no quede evidencia de tu caligrafía o de tener un sentido del humor de los que son para no recordar.

Lo suficientemente desconsiderada, la muerte, como para darse el lujo de dejar pegados a la indefinición ciertos objetos con el perfume de nadie, ciertas notas y cartas con firmas anónimas y ciertos hijos con los rasgos del padre muerto.

¿jet lag?


¿La nena tenía fobia a los aeropuertos? Bueno, la hacemos dormir adentro de uno. Bien conductista.

Hay lugares como los aeropuertos o como los shoppings que son lugares no-país, no-unidades métricas ni de tiempo:
¿Cuánto camina uno hasta el puestito de chek…-¿in o out?- de Gol? o ¿cuánto espera hecho un bollito en una silla de plástico hasta que aparezca una voz en alto parlante que dice lo mismo en un montón de idiomas y en ninguno e indica una puerta, una gate, un portão? ¿Cómo es la cara de la persona esa que habla?, ¿será robot? ¿Cómo se visten los domingos de mate las azafatas?, ¿tienen atracones? Imaginate si atraconaran comida de avión a escondidas en la cocina triste de sus departamentos desarraigados... ¿Se tiran pedos las chicas que venden perfumes en el free-shop?

Tirún! Ladies and gentleman welcome to –dfljrigjeghgjih– the tempretarure –ldfkjfñjf.
Senhores e senhoras –gfljgejgoijgi– Buenos Aires –fljklfj– Ezeiza.
Damas y caballeros –fjeñkfgejlgjrfh. La temperatura es de 8 grados (la pú-tamadre). Fdsjfiñjf. Gracias por elegirnos y que tengan una buena tarde.

Los aeroportuinos viven antes de Babel. Disimuladamente y sin torre de por medio ellos sí llegaron al cielo y ahí están, perfil bajo, hablando una sola lengua: esa lengua robotina que a veces se disfraza de inglés, de portugués o de alemán pero que siempre suena como la misma, siempre tiene la música de una sola.

Fijate la pe-lo-tu-dez que estoy haciendo: vuelvo cantando Don’t cry for me Argentina y me confieso que un costado muuuy muuy escondido mío sí disfruta de Lloyd Webber: Puaj, me critico y lo vuelvo a esconder (esta vez mejor escondido).

Casa es retomar el ritmo frenético, volver a ponerme un reloj de pasos más rápidos que los propios, volver a ver a-, bañarme apurada, tomar mate hasta quedar desencajada por la mateína. De vuelta todo se me anticipa.

Finalmente clarea a fuerza de luz de lámpara y la madrugada me invita a su país de todas las unidades menos las de tiempo. Fiú. Ahora sí mi tripulación cerebral está lista para el descenso. Aterrizá tranquilo, pá, tengo toda la cama –mi cama, al fin– de pista.

13 de julio de 2007

chau

Cambia el clima y el viento, Buenos Aires se volvió fría pero tropical y tiene un gesto raro de estar sufriendo el cambio. Yo tengo auriculares y una taza en la mano. Descubrí que puedo desplazar mi intimidad a cualquier lado si me mantengo aislada.
Las señales me sacuden el cuerpo con un hambre nómade pero no se animan a indicar a dónde emigrar. Vai embora. Vai. Abrazo la taza fuerte con las manos. Vai. Brasil, te estou esquecendo? Não, te estou procurando. Me falta la fuerza de una bandada o la convicción de que allá hay otros nidos. Me falta su lengua pero tengo su vísera.

(Me fui a Brasil. Me fui en serio, eh; a Brasil, no al país de las maravillas. Miss me)

9 de julio de 2007

snow


Estoy en un auto que tiene el asiento del acompañante muy muy tirado para atrás y reclinado. Tengo un gamulán en la falda y está la luz de la calle y la nieve como una nube de insectitos que se vienen sobre el parabrisas y cuando pegan desaparecen como si hubiera sido mentira. ¿Estará naciendo un Gardel o una Coca Sarli?
Ella se baja del auto vestida de encaje negro, apura sus piernas blancas desnudas mientras va sacando las llaves. Se vistió de fiesta porque nieva, se disfrazó de coneja y nieva, se guardó en la casa, nieva (está sensible porque nieva). Y con el corazón bien de socióloga señaló cómo la opinión pública es una: nieva.
Nos hicimos todos amigos, esta tarde en las veredas. Es que los fenómenos de la naturaleza nos traen lo que tenemos de carne todos y todos igual. La tormenta nos va a dejar un recuerdo más anciano inclusive que la memoria de cualquier árbol genealógico. Un recuerdo humano y primitivo de que el agua estaba primero y siempre estuvo. Y cae (a veces en nieve). Algo se alivia en ese aliento único de vida y se lava y después es como si hubiera sido mentira.

8 de julio de 2007

vegas (giveaway) II


No hay nada como mimarse con un taxi.

–¿Hasta dónde vas?
–¿Entre qué y qué, me dijiste?
–Salta y Santiago del Estero.

Los estudiantes de locución deben tener una materia que se llama “recitar los números de la lotería provincial y nacional”. Es horrible. Es “de época”.

–No pego un número…
–Bueno, desafortunado en el juego, afortunado en el amor, dicen.
–(Sonríe por el espejo retrovisor) La verdad que sí. (Tiene una mujer en la sonrisa).
¿Nunca jugaste? ¿Qué número te gusta? ¿El 14?, mañana te lo juego. Si sale el 14 sabé que me hice un día de laburo gracias a vos. Es que acá en el taxi hasta que contás 100 pesos es un mundo. Hasta Callao y Córdoba, 5 pesitos, primera, segunda, semáforos, sendas peatonales, 3 con 70, tráfico… Y cuando íbamos al barquito, jugábamos al punto y banca y remplazábamos todo eso por un 50 y 50 y una adrenalina hermosa. Pero no te lo recomiendo; nunca juegues, no se puede parar. A mí me contaron que una china se tiró al agua desde el barquito porque perdió 100 mil dólares.
Mirá, fijate qué dice esta birome.
Leo: Casino.
–Al principio íbamos porque te daban café gratis, no jugábamos. Y un día dijimos “y si…”.

Cuando me habla no sé si mirarle la nuca o los ojos lindos en el espejo.

–Durante mucho tiempo nos íbamos todos los días con dos o tres lucas habiendo jugado una gamba. No te miento, eh, ¿para qué te voy a mentir? Y un día se terminó la racha, ¿viste? Perdimos 20 mil pesos cada uno. Pero por suerte pude salir y acá me ves. Igual cada vez que me acuerdo del barquito pienso “es hermoso”.

–Má, hoy me enamoré de un taxista de ojitos claros y jugador.

La insolencia de desafiar a la casa que siempre gana. Decir en voz alta “banca”… de vuelta. Aún si la última vez dijiste banca y fue punto, y aún si la próxima, cunando digas punto, sea banca; porque el clímax es cuando ruedan los dados, cuando gira la ruleta y la pelotita hace el ruidito truc truc truc cada vez más rápido, cuando todo está a punto de detenerse y resultar. Depositar algo en el suspenso. No hay ninguna razón para que la suerte esté de mi lado, ni para que no.

–Mr. Warrick Brown, are you addicted to gambling?
– (Gluc) I am.

i ching

No quiero tener que seguir preguntando cómo obrar mientras con dos manos y ojos cerrados deposito mis incertidumbres en la certeza del oráculo. Las tres monedas suenan como cascabeles opacos, eligen cómo caer, dibujan seis hexagramas y ahí estoy yo decodificando mensajes crípticos que ya debería conocer. Basta.

Podría hasta resignar el tiempo en pausa de las madrugadas, conciente de que me cuesta la lucidez de todo el resto del día. Podría hasta resignar mi país y mi casa, conciente de que me siento clavada a los hábitos y a los refugios.
Podría, pero no.

4 de julio de 2007

vegas

Aposté en una ruleta trunca la fichita que quedaba para el pan y la leche. Ahora no queda ni para el vino de cartón. Hice la puesta en escena perfecta de semanas sin tristeza: puse los ojos en la escenografía, iluminé, apagué… Pero el tiempo que cura al paso es un tiempo denso de humedad instalada; uno que tarde o temprano te encuentra la cara porque conoce los desvíos de los ojos.

¿Hola? ¿Quién habla? ¿LUTO? No, señor, la patrona no está. Se fue al casino…

No, no te estoy esquivando los llamados... Está bien, está bien, te voy a contestar los mensajes del contestador, voy a volver a tu encuentro... Dejame el pucho, lo demás creo que puedo suspenderlo... Ok, ya entendí, no me retes. Te prometo le voy a dar tránsito a mis tendencias aunque se lleven bien con la noche, con lo cursi y con el llanto.


Me escapé en un barco con un crupier morocho que hizo girar una ruleta rusa de látex entre mis gambas y me dejó un poco rota y un poco ida. Pero lo hice porque por primera vez tenía miedo de no poder atravesar esa humedad instalada y densa. Ya estoy de vuelta. Sh… Ya está; ya pasó. No te preocupes. Sh… Ya pasó.

the true gomas

Estoy CANSADA de la gente que vive sin tomar contacto, de los que no transitan más que tangentes y encima quieren hacerla sentir a una que hace mal en plena tormenta sin paraguas, toda despechugada, querida, que te vas a pescar un resfrío. Andá vos abajo del toldo, yo puedo correr el riesgo. Estoy HARRRTA de la gente que no tolera la vulnerabilidad y entonces censura la entrega. Y esos me dicen que soy yo la que asusto, siempre como si me hubiera escapado de una cirugía a corazón abierto y andara por los pasillos del sanatorio corriendo en camisolín verde. Mentira, che, asustan ellos con su constipación emocional, su cobardía y sus timideces. Mamá dice “gente que agarra la vida con guantes de goma”, yo digo: imbéciles. Quiero quejarme de esos imbéciles. Los que encuentran, primero, un millón de razones para pensar que no están equivocados y terminan convencidos y con el ego rechoncho. Te estás perdiendo toda la película y mirá que se acaba y no vas a entender nada, eh.

30 de junio de 2007

chega de saudade

Tengo un recuerdo más viejo que yo que es de tambores en el cuerpo.

Quiero sentir la percusión como la sienten ellas; bailar así. Que cada movimiento armónico es desde todas las partes del cuerpo a la vez porque es desde muy adentro. Sambar, sambar descalza, sambar na rua, sambar en tacos, sambar desnuda, sambar de noite. Tener sus brazos con tantas formas duras que se dibujan mientras vuelan. Tener una bunda como las que tienen ellas por sambar, sambar, sambar. Quiero saber cómo sienten ellas el sexo, quiero a sus hombres, a sus negrãos que son todo tierra, todo pies, que sonríen luz.

Brasil tiene la poesía pero también sabe dibujarla en la carne. Tiene a Elis, a Gal, a Adriana, las Marías... hasta tiene a Ivete. Y yo quiero ser ellas. ¡Tiene a Marisa! (Cores e imagems...). Tiene su honda saudade como una cascarita a grietas sin perder la felicidad más material e impermeable, y quiere contagiarla -hasta imponerla (Não fique stresadinha... y no, ¿cómo podría?). Ellos tienen el mar, la violencia, el carnaval, el maracujá, el nacionalismo insoportable pero tan justificado, todos los diminutivos, todas las inmensidades.
Tão perto de mim e tão longe.
Quiero ese idioma, quiero entender el mundo en portugués.
Chega de saudade.
Eu vou voltar, Brasil.

Tenho uma lembrança mais velha do que eu que é a de tambores no corpo. Y los quiero recuperar.

29 de junio de 2007

triangular

El sueño liviano de los que son padres.
El sueño pesado de los que son muertos.

El insomnio de la orfandad.

25 de junio de 2007

manos (últimas)

(La voz del bastardo, en bastardillas)

Tenemos que hablar. ¿Tenemos que hablar? ¿Qué pasa, me mandé una cagada? No.

Te aviso que está solo en mi cuarto, eh. Se fue a dormir.

Comillas con los deditos en dormir.
Ok, voy. A liquidar esto.
Están todos de acuerdo, estaban todos esperándolo.

Entrá y apagá la luz, quiero mimitos en la cabeza. No. ¿Por qué no? Porque todo lo contrario. ¿Venís a despedirte de mí? Sí. ¿Por qué? ¿Te hago mal?, no puede ser que yo te haga mal. Estábamos bien, felices. Te están llamando. No jodan, estamos haciendo el amor. Sí, justo. Estábamos felices, ¿no? No, vos. Está bien, sí te hago mimitos. Trato de convencerme de que es la última vez. ¿Nunca más mimos? ¿Masajes? ¿Tampoco? ¿Por qué masajes no? ¿Nunca más vamos a dormir juntos abrazaditos?

Pienso que quiero que dejes de llenarme de preguntas. De esas preguntas cargadas, especialmente. Te miro los brazos y te contesto que estás todo roto y sonrío con los ojos brillantes y chicos casi tan chicos como tus ojos. Tenés todos los bracitos lastimados, no me había dado cuenta.

No, nunca más.

No aguanto esto de esconderte la cara, me doblo de lo que me duele y vos me agarrás la espalda como quierendo sacármelo.

Sacámelo.
Te digo que odio llorar en frente tuyo.
Me fijo en que siempre me pareció rara tu forma de agarrarme y apretarme las costillas, como si fuera desde una ternura violenta. Lo hiciste por primera vez esa noche en la pileta que hacía mucho calor y se había cortado la luz. Comimos pizza sentados en la calle, yo con mis plataformas altísimas y vos seguías siendo tanto más altísimo.

Nunca más. Pero no te cambia, vos tenés con quiénes dormir abrazado. No, yo no duermo con cualquiera. No me sirve ser de las pocas con las que dormís. Querés ser la única. No sé, pero de cualquier forma no vine a pedirte nada (mentira, mentira).

Sigo esperando que entres por alguna ventana –te extraño, morocha jojojo– a darte cuenta de que a mí me sale curar lo roto.

Me bajé del auto tratando de imaginarme mi propia figura alejándose de espaldas (la curiosidad de la despedida desde el otro lado). Le dijeron flor de mina, te perdiste. ¿Qué querés decir? Nada, eso quiero decir. No hay entrelíneas. Contestó un silencio que ¿qué contiene? Más de esas respuestas vacías como un molde de plastilina en el que yo meto lo que me gustaría que respondieras: bancame acá, la amo, voy a buscarla.

Pero no te cambia. Sí, me cambia la ecuación. ¿Qué ecuación, no ves mi carita? ¿Te vas a enojar si trato de volver a seducirte? Sí.

No doy más.

Y la pendeja de mierda con sus putos diez años recién cumplidos me contesta en realidad sí das más, ese es el problema. Y sabe exactamente qué ficha me está haciendo caer.
¿Quién te ayudó a tomar esta decisión? Nadie.
Mentira, me quise adjudicar el mérito porque no me banco que sepas que yo sola no era capaz. Me ayudó Julieta. Dijo sí das más. Ella, tan perspicaz que me mira el pucherito, soplo fuerte para llorar pero no romper en llanto y le cuento que me fui de vos y me felicita, seria. Seria porque respeta el dolor que implica pero me felicita igual porque sabe que estuve bien. Y me lo dice: vas a ver que en un tiempo… Ella con sus diez puede decir esas cosas y seguir teniendo diez. No es de esos fenómenos prodigios bichos raros que hablan como adultos con traqueotomías, es una nena de diez. Brillante. Igual que como yo puedo ser de veintiuno con mi pucherito.

¿Qué me querés decir con que estás hasta las manos? Eso. Está claro. No, no me estás diciendo todo.

No, es que no te pienso decir, egoísta, forro, lindo, lindísimo, no me mires más así con esos ojitos vivos, pendejo, no me corras el pelo de la cara, no te pienso decir, forro narcisista del orto, tus manos, otra vez perderlas; imbécil; goma; nene, no me tires de la bufanda. Estás linda, chetita, me decís por primera vez en la vida. Ahora, hijo de puta. Pero yo no te pienso decir, nabo, que yo sí hice el amor, todo el tiempo.

Yo soy noctámbula de otra noche.

"Centrando mi voluntad en la ejecución de los pequeños hechos, di vuelta a mi caballo y, lentamente, me fui para las casas. Me fui, como quien se desangra."
Y rajé como quien no quiere la cosa (o la quiere que duele).

24 de junio de 2007

Te veo en la nuca un nido de dientes. Te veo el cuello vulnerable al filo.


¿Por qué es que por un beso negado de antemano se me sigue hinchando la boca y que si estás, los labios quedan en cuclillas esperando alertas?… ¿Por qué sigo a medias las órdenes déspotas del cuerpo? Me dijiste María. Hablemos de ese fallido. Está todo tan claro que es ridículo... Sólo se observan síntomas: mis labios hinchados, tu forma de gritarme y de no poder decirme Paloma a tal punto de decirme María.

–¿Me das un cigarrillo?
Te doy uno antes de que termines de hacer la pregunta porque vi que mirabas inquieto para los costados y sé que hacés eso cuando querés un cigarrillo. También sé que si no tenés, me pedís a mí primero. Y nunca tenés. Te doy uno. Aprovecho para tocarte las manos. Quiero que me quede olor tuyo para después poder pasarme la noche con los dedos en la cara.

Acaso las vísceras envían lacónicos mensajes: Tocá, comé, dormí. Y después esos imperativos atraviesan todo lo que se les interpone y a veces no llegan a las manos, a la lengua, a los párpados. Como ahora, que me dicen Rajá y el cuerpo se me pone pesado con tal de no reaccionar, y el maquillaje se me vuelca sobre los gestos con tal de no llorar la despedida. Rajá, repite. Más fuerte. Pero te quiero mirar la cara por última vez, quiero que sepas que te la miro por última vez. Y después eso se prolonga para siempre. Rajá, imperiosamente, urgentemente. Me obligan a una acción mecánica: sentir el dolor o el peligro y apartarse como quien se protege. Tan simple e instintivo como eso. Tan primitivo. ¿Qué es lo que lo intercepta? ¿Quién desvía el curso de la orden? Yo no soy, tiene que ser otra. Soltá el joystick, hija de puta.

15 de junio de 2007

crónica de una muerte fallida

Bajé escalón por escalón, las piernitas temblando, sintiéndome grande. No tuve tiempo de improvisar un arma casera, alguna tijerita de baño, algún alicate viejo… nada. Si me hubiese encontrado frente a frente con quien quisiera matarme, no habría quedado más estrategia que la negociación, la empatía, y falacias a mano (porque claro está que descartaba la destreza física).

Pensé durante todo el trayecto de la escalera que si ese era el momento de morir me preocupaban, sobre todo, las circunstancias en las que me estaba encontrando la muerte. Entre el cuarto y el quinto escalón me cayó la ficha de que odiaría ser en los diarios otra Nora Dalmasso, sin Shakespeare alguno capaz de rescatar mi muerte de la brusquedad de lo burdo.

Fue encontrada muerta, en baby doll de algodón sobre el alisado de cemento. Según la autopsia no ofreció resistencia y el homicida depositó en ella tres balas que entraron limpias. Aparentemente el lugar del crimen sería una suerte de “bulín” de la víctima, pero no hay pistas de que haya habido nadie esa noche con ella. Quizás su acompañante logró fugarse a tiempo.

Y que después en los barrios acoten murió enfiestada, por fiestera, seguro que era lesbiana, seguro que tenía relación con la mafia, que estaba embarazada, es obvio que fue una venganza, sí, está claro que era alcohólica, la mató la familia, drogadicta, macrista, fue un crimen pasional, peronista, típico de pisciana... Que en los barrios acoten todo.

Llegué a la planta baja y miré hacia arriba: duro, en el umbral de la puerta al final de las escaleras, el hombre que por mí no mata ni muere, ve morir.

Seguí, recorrí los ambientes tratando de anticipar los pasos a la rumia. Que cada paso sea antes que la conclusión de la incertidumbre, que la parálisis del miedo. Y así uno a uno. Las llaves puestas, las ventanas cerradas, los ruidos no dejaron estela. El temblor que empezó a callarse y a trocarse por una risa un tanto compulsiva. Él sigue arriba. En la planta alta tampoco hay indicios de que haya entrado nadie. Las piernitas me llevaron de vuelta a la cama. No hay nadie, quedate tranquilo. Deben haber sido los vecinos.

No dormí bien porque me ahogaban los brazos de él toda la noche; de culpa, supongo, no me dejó alejarme ni un centímetro. No dormí bien porque dormí sola (su acompañante logró fugarse a tiempo).

14 de junio de 2007

mis cinco hijos

No me pienso enterar de la lluvia. Ni por terceros. Ni pienso hacerme cargo, de antemano, de mis cinco hijos. No tengo ninguna certeza tan cabal como para afirmarla en sus nombres. Todavía no tengo siquiera sus nombres.
Sí, estos días existen y el humor también, pero de vez en cuando se puede optar por una siesta de cuatro horas -un pestañeo que dure toda la tarde-, se puede optar por sobredosis de homeopatía, por una manta azul oscura de pólar, por la impunidad de que no te justifica ni el síndrome pre-menstrual.
Damas y caballeros, tengo ganas de dormir sola. Quiero quedarme dormida pensando y no polarizando. Que nadie se refugie en mi escote, que nadie me use de Rambo, que nadie no me diga te quiero. Sola en un ángulo de la cama, anudada, con medias y sola. Y si me quiero estirar me estiro y la mantita es mía sola y ningún abrazo es tan mentira. No me pienso enterar de la lluvia.

12 de junio de 2007

manos (y nudos)

Me agarro el pelo y lo anudo para desnudar mi espalda. Me agarrás la espalda y clavás los dedos para desanudar mis músculos. Entonces me arqueo y el ceño se arruga, cedo al dolor del principio y después de un rato ya soy líquida y sólo me sostienen tus manos.
No sé si estás calculando el movimiento del dedo que corre el bretel de a poquito. No paro de preguntarme si lo hacés a propósito.
Después cuando tus manos se cansan de la resistencia de mi espalda vas a la piel con las uñas y las yemas. Vas despacio. Y de vuelta te enredás en el bretel. El nudo del pelo cede y se suelta. Vuelvo a atarlo para desnudar la espalda. Me agarrás la espalda y clavás los dedos para desanudar mis músculos...

Podría hacerlo para siempre.

6 de junio de 2007

paint-made


De cualquier forma es harto sabido que está enterrada en un lugar de fácil acceso.

4 de junio de 2007

Tadeo dice (dos puntos)

Tadeo, cuando aparece, hace cambiar el grosor del aire o lo espeso del tiempo. Algo retumba más grave como un parlante con los bajos altos y aún antes de verlo, se siente. Entonces la cabeza se mueve para los costados, miro como una gallina y dibujo ángulos con la nariz hasta que lo veo: se confirma el tambor en el pecho. Me paro. Le digo sin saber qué decirle.

2 de junio de 2007

I fall too quickly (all my life I lacked athletic ability)

Las desventuras de ser tu putita:
Los días después.


Visto esto, te pido que liquidemos la farsa. Dame un empujoncito: batí la fatality y plantame el game over. Así yo me voy a poder dar cuenta de que eras mentira. Aaaah, era mentira. Como Papá Noel no existe, son “los papás”. Claaaaaro, cierra del todo más. Bueno, vos igual. Si yo lograra sacar la parte que sumo imaginando, no quedaría casi nada: no Polo Norte, no renos, no estrellitas en el jardín con el vestido de marinerita y olor a jazmines, no garrapiñadas, no estrellitas en el baño abajo del camisón blanco que te cabe, no chocolate con almendras, no te amo. No. No Papá Noel, ni papá, ni vos. Y yo puedo con todo eso, pero no estando a dieta.

27 de mayo de 2007

La

Cenicienta. Sonríe. Es víctima pero igual sonríe porque tiene amigos ratones.
Marilyn. Seduce. Se quiere suicidar pero igual seduce porque tiene amigos presidentes.

Susana. Baila y canta. Se siente vieja pero igual baila y canta porque tiene amigos cirujanos.

La geisha, tan estética.
La puta, tan sórdida.
La madre, tan caderona y suave.
La nena, inocente y risueña.

La mujer: antes callada, ahora llorona, siempre llorona, nunca callada.

Las manos.
Las manos que se hunden en el cuerpo de algún hombre
hasta retorcerle los órganos de dolor y de placer.
Las manos frágiles, rotas. Poco curtidas.
Saben, las manos.

Pola, Tania, Maga, Claude… París.

Como si fueran poesía en lo sucio de su cuerpo
y en lo comprensivo de su mirada.

Gal, Adriana, Marisa, Elis… Brasil.
Son como un canal a través del cual
le dan tránsito a la tierra
y cuando abren el cuerpo resulta un enorme caudal de leche, voz dulce en música o sangre.

No es nueva.
Es entre sus piernas que te escurriste en todas las direcciones
naciendo mil veces como si siempre quisieras volver...
Los brazos de ella como un útero
cuando lo ahorcan suave y le permiten el llanto.

La mujer: antes callada, ahora llorona, siempre llorona, nunca callada.

La mujer y sus pliegues en los que los antónimos se encuentran y se sonríen haciendo estrías.

26 de mayo de 2007

puños y segundos

Con la luz blanca en la cara, la luz del monitor y de la “hoja”(.doc), ya no existo ni en el puño ni en la letra. Ya no existen los puños. Sólo perduran las palabras huérfanas y virtuales. Quizás es porque hablan con más voces que la mía. La mía dice esto, la de ellas hace miles de ecos en redes sin volumen.
Con la luz blanca en los ojos, no imagino un reverso ni un remitente. Ya no existen remitentes, ni direcciones, ni dimensiones.
¿Y si la sucesión del tiempo fuera una ilusión cultural, una mentira aprendida? Capaz se dan en paralelo el nacimiento y la muerte. Capaz la vida no se extiende como una alfombra ni como los metros. Si es, entera, como una combustión que se pierde apenas ilumina y los relojes sólo intentan anclarla en la existencia, ¿cómo concebirla?

25 de mayo de 2007

stream 2 (in w·land) - "yo tengo cinco años"

Yo tengo cinco años, yo tengo cinco años, yo tengo cinco años y mi papá se desploma en el pasillo de un avión quieto, se infla su campera roja, respira raro, como un chancho, y nunca más lo veo incorporarse... pero más aún, nunca más lo veo.
La introspección me abre las puertas de un pozo y no sé si estoy persiguiendo un conejo blanco con reloj y objetivo (¿buscando uno propio?) o si simplemente la intriga es eso: un pozo ciego. Quiero que el final del pozo sea una cama calentita, una idea de mañana invernal que en realidad es utópica -uno piensa "qué lindo día para quedarse en la cama, tapado hasta la nariz viendo películas (de Kusturica, en lo posible)", pero esas mañanas no existen porque cuando pueden ser, se las duerme.
Tengo contracciones en el alma o en algo mío así de inmaterial. No puedo cronometrar cada cuánto. Rompo bolsa por los ojos. ¿Qué estoy por parir?, ¿una identidad propia?, ¿un "yo" más allá de mis vínculos? Hace unos meses me consolaban diciendo que era el momento de recuperarlo, de encontrarme con él... y yo balbuceaba, entre mocos, que nada de lo que es para mí sola me entusiasma. Mentira. Era que me daba pánico tomarme el líquido del frasquito y volverme diminuta, o peor: crecer. Amaneció un Urano enorme que me hizo sombra sobre el castillito de arena.

de manhã, línea 44

Silbido intermitente.
Me le resisto hasta que no.
El agua que enfría los ojos, el agua que lava el cuerpo, el agua que hierve
–de vuelta el silbido pero ahora es el de la pava–,
que se tiñe de café negro, que tomo.

Ochenta por favor.

Rojo, amarillo, verde.
Consigo dormitar unos minutos más si hay más rojo que verde y más silencio que otros silbidos.
Una mujer se encuentra los ojos en un espejo diminuto
y se pinta los párpados con colores pastel que no le combinan con el iris.
Cierra el espejo.
Ahora sí:
se siente linda.
Frunce los labios en una expresión de orgullo,
en una expresión de “ahora sí”.

Verde, amarillo, rojo.

Ese señor tiene cara de que se va a bajar en la próxima parada.
Por favor, por favor que se baje, no quiero seguir parada.

Hay un chico que tiene la cara cerca de mi ombligo (eso me incomoda)
y tiene una bolsa en la falda.
La agarra, saca un dvd que acaba de comprar.
Lo huele.
Lo vuelve a poner en la bolsa y se queda contento porque confirmó que tiene olor a nuevo
(y porque él sí está sentado).


Toque timbre. Toco. Un silbido.

23 de mayo de 2007

mis rasgos, mi aire

Son las manos de Plutón que aprietan y aprietan y dibujan la certeza de la fragilidad. Y después de esa certeza que duele resulta que apretaron para moldear. Es necesario, ya sé.

“Entréguenlo”. Tiene razón, pero su esperanza es creer que uno deja a su padre en manos del padre con mayúscula. ¿Cómo lo entregamos si nuestro escepticismo nos restringe a una religión que sólo dicta “suéltenle la mano, va a venir el vacío o a lo sumo una transformación en un plano que se nos escapa a tal punto que no podemos formular ninguna hipótesis sobre ella”? ¿Cómo hacemos si la única fe (sin mayúscula) o consuelo es creer en que los recuerdos flexibilizan los límites de la misma vida? Hay algo sano en ese Confiar católico, ¿no? Algo que hasta envidio… (¿Pecado capital, la envidia?... Ni sé.)

22 de mayo de 2007

stream 1

"La corriente callada de la sangre", ¿qué se calla? La vida misma, supongo; o la parte de ella que no entra en sustantivos propios.
Llueve mucho este año, y pienso en que no sé cómo dejar de estirar la perduración de los rastros. Imposible que dejes de presentarte en las pausas en las que sólo se oye el silencio de mi sangre, igual que como aparece la música en los silencios del pentagrama. No me duele tanto lo que puedo enumerar como lo que no podría conjugar ni siquiera teniendo el permiso, las ganas y el espacio. Está todo ahí: en ese nudito callado y desanudable, en no reconocer mis propios gestos sin el rebote en el que antes hacían eco.
Él tuvo la lucidez de escribir "me duele una mujer en todo el cuerpo". Bueno, es eso pero un hombre -o muchos-, y ni siquiera pude ser la primera en escribirlo así.
"Necesitamos manos fuertes, espíritus que dejen de lado los fantasmas y se ocupen de la carne" (Eso, Miller). Las manos de las que habla, pensé que eran las de él. Pasó que mi carne estaba viciada. Si fuera sólo nervios, músculo, sangre, tejido, habrías podido apretarla y punto. Pero supuró mimos. Sonríe, esa carne, hace desayunos y tiene un hambre idiota de abrazarte. Soy yo, soy esa. Viven miles de fantasmas ahí, durmiendo, y no pudiste desmenuzarla para separarlos. Es que si lo hicieras, creeme que resultaría algo menos interesante. ¿No podés descansar en delegarme tu Plutón? Yo sé cuidarlo mejor que como se le cuida el gato a una vecina, eh... Lo que no puedo prometerte es que no te vas a lastimar. No sé. Puedo prometerte la carne viciada, eso sí, puedo hasta dártela. ¡Soy la fuckin' Susanita del sexo neptuniano! Lo cual está bueno pero más aún, SÉ que te interesa.

Me paré en la orilla y me sentí amenazada por las olas primero mosntruosas y después hasta ellas mismas rotas de tanta fuerza. Pero era tal la energía, la vida que aparece cuando una forma se repite siempre igual y siempre distinta y en continuo, que caminé torpe para adentro. Aún si el mar me escupe, valen la pena el revolcón, el ardor salado en la garganta y hasta la arena en la bombacha.

21 de mayo de 2007

poner, poner primera

"The universe may not always play fair, but at least it's got a hell of a sense of humor"