23 de mayo de 2008

de maravillas sin oxígeno

Alice was beginning to get very tired of sitting by her sister on the bank and of having nothing to do: once or twice she had peeped into the book her sister was reading, but it had no pictures or conversations in it, "and what is the use of a book," thought Alice, "without pictures or conversations?"


Llovía gente, gente de caras pintadas y los ojos desencajados, jugando a un *noletemoalridículo* ya trillado, pero los dejé convencerme. Es que pervive mi gusto por el cine infantil igual que perviven en mí las caracterizaciones exacerbadas de buenos y malos, y reyes, y soldados. Había un personaje neptuniano, uno con el que yo de chica me hubiera sentido identificada –y de grande también, pero no me animo a confesarlo. Y esta mujer neptuniana soñaba sueños indescifrables y golpeaba desde adentro de la cúpula de cristal donde se extendía su sueño para pedir ayuda a alguien de afuera, a un marido mundano a kilómetros de cama.

Y yo desde este frasco en donde rigen normas que permiten certezas como las medievales, normas morales, o fantasiosas, que exacerban los caracteres hasta el arquetipo –los malos, los tontos, los heterosexuales, las orugas, las damas, los drogadictos, el amor, los uruguayos– golpeo y a través del vidrio pido que alguien agarre el martillito, que es caso de emergencia, y rompa. Rompa y diga: Quedate tranquila, no existen esas cosas.

17 de mayo de 2008

eucaristía

Hacía un calor tremendo, ¿no? Estaba descalza y el piso del balcón quemaba; Karin puso el puf afuera e hizo el mate y compró facturas mientras yo dormía con el jean y el maquillaje puestos. Cuando me desperté me terminó de caer la ficha de lo acertada que había sido la decisión de irme a dormir a su casa. ¿Viste? No cualquiera te hace este desayuno. No, no cualquiera. Nadie, de hecho. Ni mamá, ya. Nos hundimos en el puf con el solcito de sábado al mediodía –que siempre es lo mismo que sábado a la mañana– en la cara. Intercambiamos perspectivas de la fiesta a la que habíamos ido la noche anterior y editando hicimos una secuencia de lo que probablemente había pasando en realidad: Básicamente lo mismo que siempre; las fiestas no son eventos de contenido, son un marco que cobra sentido en cuanto se definen como tal, si más o menos quienes asisten cumplen con el protocolo de tomar, gritar, bailar y eventualmente armar un inesperado tiroteo de dardos o partido de fútbol en el jardín para que las cosas no paren nunca de parecerse a la época del secundario. A Maxi se le quedó el dardo clavado en la rodilla y sangró, pero era tan gracioso, nos reíamos tanto, que no podíamos ni ayudarlo a sacárselo. Acordándonos nos volvimos a reír. Después se hizo un silencio y nos quedamos así, con el río a la derecha encandilándonos el rabillo del ojo y el hipódromo del otro lado… Ese barrio es mi infancia (esa perspectiva del barrio más aún). La vista me llevaba de vuelta al cuarto del departamento que tenía una función indefinida y una biblioteca negra, alta, y yo no sabía que ahí había libros, además de lomos de libros. Una vez entré y lo descubrí sacando las golosinas de uno de los estantes, justo antes del momento diario de la magia que hacía para que cuando nos destapáramos los ojos después de la orden, aparecieran las golosinas en frente nuestro. Era arte de magia en tanto y en cuanto no nos cuestionáramos la lógica que regía las bambalinas del artilugio. Y no lo hacíamos. Hasta que una noche lo vi sacarlas del estante. Pareció como si todo el polvo de hadas que flota y resplandece se desparramara por el piso y después pasara una escoba a paso frenético. No por entender que las golosinas no aparecían por teletransportación desde el kiosco a mi almohada; eso estaba claro porque por algo el truco requería que nos tapáramos los ojos… Pero verlo sacarlas del estante… Desde el balcón se me ocurrió que él había empezado a morirse esa vez, no después, pero supuse que eran elucubraciones de psicoanálisis de bolsillo, de esas que en definitiva siempre auxilian un corazoncito cansado que hace preguntas. Y Karin, que estaba en silencio escuchando las mismas preguntas, pero las suyas, se animó a decir algunas en voz alta y nos quedamos compartiendo el mate con el alivio de que igual nos sabemos reír y existen las medialunas. Aparte los árboles genealógicos se moldean como plastilina cuando el otoño no para. ¿Ves?, yo me hice una hermana alemana. Este desayuno es un lujo. Uno nunca es huérfano mientras lo apadrina el solcito de sábado al mediodía quemando los pies y la cara, y sobrevive alguna perspectiva del barrio de la infancia, con la parroquia en donde se tomó la primera y última comunión. Después de tanta muerte preferimos cambiar el cuerpo de Cristo por las bolas de fraile –para no salirnos enteramente del rubro– y sabemos que es negocio.

13 de mayo de 2008

Prólogo

Liniers titula su blog “Cosas que te pasan si estás vivo”. Frente al dibujo somos un público con un factor común medio obvio: estamos vivos. Y llegamos ahí con el deseo de ser espectadores de algo –o alguien– que lo exprese. Quizás porque es un alivio la sensación de “tal cual, a mí también me pasa”. El arte nos “desaliena”, nos detiene y nos hunde en las cosas que nos acostumbramos a pasar por alto, nos propone universos alternativos y revela éste. Nos devuelve a Babel: al idioma común y único que son las cosas que nos pasan por estar vivos. Unjotasch saca punta y así de afilada, nos propone sus “cositas” que funcionan como un bisturí dispuesto a encontrar algo adentro nuestro, algo que está casi en la fisiología de todos. Uno esboza una sonrisa inevitable producida por la identificación y porque su trazo es un doble filo de ternura infantil combinada con la profundidad de quien sabe observar hondo. La paleta es un cajón desordenado en el que guarda lápices Faber-Castell nuevos, Crayola de los que tienen olor a frutas o a chicle, la Mac adorada, una birome Bic bien criolla y algunas palabras: las justas (lo bueno, si breve, dos veces bueno). Son varias y eclécticas las herramientas de las que dispone para concentrar varios planos de significado en una sola “cosita”. Y les decimos “cositas” porque una definición más exacta sería atroz. No son más –ni menos– que cosas que nos pasan por estar vivos, por ser nenes, grandes, mujeres, terrestres, huérfanos, viajeros, sensibles, humanos. Simplemente. ¿Simplemente? Seh, simplemente.

3 de mayo de 2008

flora y fauna

Hay como un nido cálido, a la altura de la boca del estómago, donde parece como si brotaran borbojos, cientos de crías resultando de una sola y sucia mamá borbojo, y después reptando por las paredes de los órganos, pero sobre todo quedándose en el estómago. Tener cientos de crías de borbojos, y crías de sus crías, y cada una de sus seis patas adentro del cuerpo de uno. Y en la garganta, con el ir y venir de la saliva, gestar una araña mediana con sus ocho patas que no sé si tejen o si se acarician apenas contra los hilos y la campanilla. Se estiran por turnos, sus patas, sólo algunas –las delanteras– se estiran mucho más allá del abdomen desde el que comanda el tejido; y a medida que van y vuelven, la araña rebota apenas en un solo movimiento ovalado de ida y vuelta hacia arriba y hacia abajo que atraganta. Pero cuando tosés se aferra. Supongo que la araña entiende más cosas que las que yo puedo suponer, que un mandato externo y certero le dicta la fórmula inequívoca para cerrar cada nudo de la red resultando un entramado que permite el paso del aire a través de la tráquea y hacia fuera o desde afuera y hacia los pulmones, un entramado que incluso permite el paso del humo, doble mano, pero nada de ninguna otra cosa. Ni café, porque los borbojos no lo soportarían. Tener en la lengua ampollas, y plantas, hortensias, que cuando era chica me hacían acordar tanto a mi nombre. Tener, en el culo, frío, por estar sentado en el banco de la parada de colectivo y que a los borbojos no les guste el frío entonces corrancorran en círculos con todas las patas. La araña no se queja, porque ahí va, ahí pasa el humo. Y si lo que no pasa es el bondi, mejor: más tiempo para hacer nudos, bailar tejiendo, atragantar con sus hilos. No sea cosa de que después entre alguna mosca, se haga camino a través de un punto ciego de la telaraña y encuentre forma de alcanzar el estómago, para comerse varias de las crías y después revolotear borracha de burbujas chocándose contra los ejércitos de borbojos y las paredes averiadas. Tener, sobre todo, el problema de tener que disimular, incluso en las fiestas de disfraces, el ser hábitat de toda esa flora y fauna. Fumar con la espalda erguida, como si al humo no le costara la telaraña. Comer con la boca cerrada, dormir con un pelotudo. Todo como si uno fuera una sola especie.

2 de mayo de 2008

disposiciones

Está -lo que se llama- refrito.
Hay una especie de segundo capítulo que es nuevo.


I

En una calecita húmeda y tibia,
un monstruito trataba de atrapar la sortija con dedos nuevos,
jugaba a saltar la soga atada al ombligo,
o giraba y daba vueltas carnero.

Mientras tanto, en el cielo, un móvil de planetas
se debatía posiciones girando, también.
Formaban fila y se delineaneaban
hasta que Venus se instaló primero a marcar posiciones.
“Piscis –dijo– acá me quedo”.

Adentro, más adentro, mucho más adentro,
en otro sistema circular y multidimensional,
una cadena estaba sellando todos sus eslabones
después de haber alternado en una ruleta que detuvo el azar,
en un determinado o injustificado momento.

Una vez que estaba todo listo, las rodillas se abrieron
dejando entrar un sol blanquísimo,
un sol que la mudó de océano.
Lloró, al principio.

Cuatro años después –casi todas las cartas dadas vuelta–,
la nena caminaba por Florida,
encantada por la música que salía de una pianola.
El hombre que la tocaba tenía una paloma en el hombro derecho.
Ella se acercó de la mano de su tía
y el hombre ofreció un augurio a cambio de una moneda.

La predicción estaba escrita en papel, a mano,
yacía en el fondo de un frasco
junto a muchas otras predicciones ajenas.

La paloma metió la cabeza en el frasco
y, con su pico, supo encontrar la de la nena.
La tomó y se la dio al hombre haciendo un gesto serio de: “es ésta”.
El señor la desplegó entre sus dedos peludos,
miró a la nena, y se la leyó en voz alta:
“De grande vas a tener unos ojos hermosos.”
Y la tía le dio una moneda.


II

La predicción se fue delineando
a fuerza del efecto de hechizo
de esa primera sentencia.
Pero sobre todo a fuerza de sombras y contrastes.
Aprendió a dibujarse los ojos.

La nena denunció costuras rotas en el primer vestido blanco
y lloró el luto de que su papá no la fuera a despedir sobre una orilla.
En algún lugar indefinido
entre los moldes y la libertad
habrá quedado buscando,
la identidad que paga el desplazamiento en cada posta del medio camino.
La misma identidad que ella denunció
no conocer más que a través de bocetos en blanco y negro,
siempre a fuerza de sombras y contrastes.

Sí, fueron ojos hermosos.

Es que el papá llegó a decir sí y no
y después se cristalizó en el vértice
que lleva la vida a su más rotundo antónimo
y después la trae de nuevo,
desafiándola a una vuelta de tuerca que gira en ruleta rusa.

Fueron ojos con la ironía
que vuelve de lo melancólico.

Ojos polarizados,
con la transparencia de lo que ya se está oscureciendo
y le queda un último brillo para gritar la tarde y resplandecer las voces.
Ojos de lo que es indescifrable no por escondido
sino más bien por todo dicho pero en forma caótica.
Una mueca entre el llanto y las carcajadas:
las lagrimitas brillando mucho,
la nariz roja que se ríe…
Un gesto en el que se velan
justo cuando habían terminado de desvelarse.

Fueron ojos de gestos salvajes.

“Tiene los ojos del padre”:
el hechizo de renacimiento
que siempre termina volviendo a pasar por agua el luto.
Y otra costura que se rompe.
Otra posta que se paga sin que el camino se acerque a nada absoluto
y ya sin que la tía dé de sus monedas.