30 de junio de 2007

chega de saudade

Tengo un recuerdo más viejo que yo que es de tambores en el cuerpo.

Quiero sentir la percusión como la sienten ellas; bailar así. Que cada movimiento armónico es desde todas las partes del cuerpo a la vez porque es desde muy adentro. Sambar, sambar descalza, sambar na rua, sambar en tacos, sambar desnuda, sambar de noite. Tener sus brazos con tantas formas duras que se dibujan mientras vuelan. Tener una bunda como las que tienen ellas por sambar, sambar, sambar. Quiero saber cómo sienten ellas el sexo, quiero a sus hombres, a sus negrãos que son todo tierra, todo pies, que sonríen luz.

Brasil tiene la poesía pero también sabe dibujarla en la carne. Tiene a Elis, a Gal, a Adriana, las Marías... hasta tiene a Ivete. Y yo quiero ser ellas. ¡Tiene a Marisa! (Cores e imagems...). Tiene su honda saudade como una cascarita a grietas sin perder la felicidad más material e impermeable, y quiere contagiarla -hasta imponerla (Não fique stresadinha... y no, ¿cómo podría?). Ellos tienen el mar, la violencia, el carnaval, el maracujá, el nacionalismo insoportable pero tan justificado, todos los diminutivos, todas las inmensidades.
Tão perto de mim e tão longe.
Quiero ese idioma, quiero entender el mundo en portugués.
Chega de saudade.
Eu vou voltar, Brasil.

Tenho uma lembrança mais velha do que eu que é a de tambores no corpo. Y los quiero recuperar.

29 de junio de 2007

triangular

El sueño liviano de los que son padres.
El sueño pesado de los que son muertos.

El insomnio de la orfandad.

25 de junio de 2007

manos (últimas)

(La voz del bastardo, en bastardillas)

Tenemos que hablar. ¿Tenemos que hablar? ¿Qué pasa, me mandé una cagada? No.

Te aviso que está solo en mi cuarto, eh. Se fue a dormir.

Comillas con los deditos en dormir.
Ok, voy. A liquidar esto.
Están todos de acuerdo, estaban todos esperándolo.

Entrá y apagá la luz, quiero mimitos en la cabeza. No. ¿Por qué no? Porque todo lo contrario. ¿Venís a despedirte de mí? Sí. ¿Por qué? ¿Te hago mal?, no puede ser que yo te haga mal. Estábamos bien, felices. Te están llamando. No jodan, estamos haciendo el amor. Sí, justo. Estábamos felices, ¿no? No, vos. Está bien, sí te hago mimitos. Trato de convencerme de que es la última vez. ¿Nunca más mimos? ¿Masajes? ¿Tampoco? ¿Por qué masajes no? ¿Nunca más vamos a dormir juntos abrazaditos?

Pienso que quiero que dejes de llenarme de preguntas. De esas preguntas cargadas, especialmente. Te miro los brazos y te contesto que estás todo roto y sonrío con los ojos brillantes y chicos casi tan chicos como tus ojos. Tenés todos los bracitos lastimados, no me había dado cuenta.

No, nunca más.

No aguanto esto de esconderte la cara, me doblo de lo que me duele y vos me agarrás la espalda como quierendo sacármelo.

Sacámelo.
Te digo que odio llorar en frente tuyo.
Me fijo en que siempre me pareció rara tu forma de agarrarme y apretarme las costillas, como si fuera desde una ternura violenta. Lo hiciste por primera vez esa noche en la pileta que hacía mucho calor y se había cortado la luz. Comimos pizza sentados en la calle, yo con mis plataformas altísimas y vos seguías siendo tanto más altísimo.

Nunca más. Pero no te cambia, vos tenés con quiénes dormir abrazado. No, yo no duermo con cualquiera. No me sirve ser de las pocas con las que dormís. Querés ser la única. No sé, pero de cualquier forma no vine a pedirte nada (mentira, mentira).

Sigo esperando que entres por alguna ventana –te extraño, morocha jojojo– a darte cuenta de que a mí me sale curar lo roto.

Me bajé del auto tratando de imaginarme mi propia figura alejándose de espaldas (la curiosidad de la despedida desde el otro lado). Le dijeron flor de mina, te perdiste. ¿Qué querés decir? Nada, eso quiero decir. No hay entrelíneas. Contestó un silencio que ¿qué contiene? Más de esas respuestas vacías como un molde de plastilina en el que yo meto lo que me gustaría que respondieras: bancame acá, la amo, voy a buscarla.

Pero no te cambia. Sí, me cambia la ecuación. ¿Qué ecuación, no ves mi carita? ¿Te vas a enojar si trato de volver a seducirte? Sí.

No doy más.

Y la pendeja de mierda con sus putos diez años recién cumplidos me contesta en realidad sí das más, ese es el problema. Y sabe exactamente qué ficha me está haciendo caer.
¿Quién te ayudó a tomar esta decisión? Nadie.
Mentira, me quise adjudicar el mérito porque no me banco que sepas que yo sola no era capaz. Me ayudó Julieta. Dijo sí das más. Ella, tan perspicaz que me mira el pucherito, soplo fuerte para llorar pero no romper en llanto y le cuento que me fui de vos y me felicita, seria. Seria porque respeta el dolor que implica pero me felicita igual porque sabe que estuve bien. Y me lo dice: vas a ver que en un tiempo… Ella con sus diez puede decir esas cosas y seguir teniendo diez. No es de esos fenómenos prodigios bichos raros que hablan como adultos con traqueotomías, es una nena de diez. Brillante. Igual que como yo puedo ser de veintiuno con mi pucherito.

¿Qué me querés decir con que estás hasta las manos? Eso. Está claro. No, no me estás diciendo todo.

No, es que no te pienso decir, egoísta, forro, lindo, lindísimo, no me mires más así con esos ojitos vivos, pendejo, no me corras el pelo de la cara, no te pienso decir, forro narcisista del orto, tus manos, otra vez perderlas; imbécil; goma; nene, no me tires de la bufanda. Estás linda, chetita, me decís por primera vez en la vida. Ahora, hijo de puta. Pero yo no te pienso decir, nabo, que yo sí hice el amor, todo el tiempo.

Yo soy noctámbula de otra noche.

"Centrando mi voluntad en la ejecución de los pequeños hechos, di vuelta a mi caballo y, lentamente, me fui para las casas. Me fui, como quien se desangra."
Y rajé como quien no quiere la cosa (o la quiere que duele).

24 de junio de 2007

Te veo en la nuca un nido de dientes. Te veo el cuello vulnerable al filo.


¿Por qué es que por un beso negado de antemano se me sigue hinchando la boca y que si estás, los labios quedan en cuclillas esperando alertas?… ¿Por qué sigo a medias las órdenes déspotas del cuerpo? Me dijiste María. Hablemos de ese fallido. Está todo tan claro que es ridículo... Sólo se observan síntomas: mis labios hinchados, tu forma de gritarme y de no poder decirme Paloma a tal punto de decirme María.

–¿Me das un cigarrillo?
Te doy uno antes de que termines de hacer la pregunta porque vi que mirabas inquieto para los costados y sé que hacés eso cuando querés un cigarrillo. También sé que si no tenés, me pedís a mí primero. Y nunca tenés. Te doy uno. Aprovecho para tocarte las manos. Quiero que me quede olor tuyo para después poder pasarme la noche con los dedos en la cara.

Acaso las vísceras envían lacónicos mensajes: Tocá, comé, dormí. Y después esos imperativos atraviesan todo lo que se les interpone y a veces no llegan a las manos, a la lengua, a los párpados. Como ahora, que me dicen Rajá y el cuerpo se me pone pesado con tal de no reaccionar, y el maquillaje se me vuelca sobre los gestos con tal de no llorar la despedida. Rajá, repite. Más fuerte. Pero te quiero mirar la cara por última vez, quiero que sepas que te la miro por última vez. Y después eso se prolonga para siempre. Rajá, imperiosamente, urgentemente. Me obligan a una acción mecánica: sentir el dolor o el peligro y apartarse como quien se protege. Tan simple e instintivo como eso. Tan primitivo. ¿Qué es lo que lo intercepta? ¿Quién desvía el curso de la orden? Yo no soy, tiene que ser otra. Soltá el joystick, hija de puta.

15 de junio de 2007

crónica de una muerte fallida

Bajé escalón por escalón, las piernitas temblando, sintiéndome grande. No tuve tiempo de improvisar un arma casera, alguna tijerita de baño, algún alicate viejo… nada. Si me hubiese encontrado frente a frente con quien quisiera matarme, no habría quedado más estrategia que la negociación, la empatía, y falacias a mano (porque claro está que descartaba la destreza física).

Pensé durante todo el trayecto de la escalera que si ese era el momento de morir me preocupaban, sobre todo, las circunstancias en las que me estaba encontrando la muerte. Entre el cuarto y el quinto escalón me cayó la ficha de que odiaría ser en los diarios otra Nora Dalmasso, sin Shakespeare alguno capaz de rescatar mi muerte de la brusquedad de lo burdo.

Fue encontrada muerta, en baby doll de algodón sobre el alisado de cemento. Según la autopsia no ofreció resistencia y el homicida depositó en ella tres balas que entraron limpias. Aparentemente el lugar del crimen sería una suerte de “bulín” de la víctima, pero no hay pistas de que haya habido nadie esa noche con ella. Quizás su acompañante logró fugarse a tiempo.

Y que después en los barrios acoten murió enfiestada, por fiestera, seguro que era lesbiana, seguro que tenía relación con la mafia, que estaba embarazada, es obvio que fue una venganza, sí, está claro que era alcohólica, la mató la familia, drogadicta, macrista, fue un crimen pasional, peronista, típico de pisciana... Que en los barrios acoten todo.

Llegué a la planta baja y miré hacia arriba: duro, en el umbral de la puerta al final de las escaleras, el hombre que por mí no mata ni muere, ve morir.

Seguí, recorrí los ambientes tratando de anticipar los pasos a la rumia. Que cada paso sea antes que la conclusión de la incertidumbre, que la parálisis del miedo. Y así uno a uno. Las llaves puestas, las ventanas cerradas, los ruidos no dejaron estela. El temblor que empezó a callarse y a trocarse por una risa un tanto compulsiva. Él sigue arriba. En la planta alta tampoco hay indicios de que haya entrado nadie. Las piernitas me llevaron de vuelta a la cama. No hay nadie, quedate tranquilo. Deben haber sido los vecinos.

No dormí bien porque me ahogaban los brazos de él toda la noche; de culpa, supongo, no me dejó alejarme ni un centímetro. No dormí bien porque dormí sola (su acompañante logró fugarse a tiempo).

14 de junio de 2007

mis cinco hijos

No me pienso enterar de la lluvia. Ni por terceros. Ni pienso hacerme cargo, de antemano, de mis cinco hijos. No tengo ninguna certeza tan cabal como para afirmarla en sus nombres. Todavía no tengo siquiera sus nombres.
Sí, estos días existen y el humor también, pero de vez en cuando se puede optar por una siesta de cuatro horas -un pestañeo que dure toda la tarde-, se puede optar por sobredosis de homeopatía, por una manta azul oscura de pólar, por la impunidad de que no te justifica ni el síndrome pre-menstrual.
Damas y caballeros, tengo ganas de dormir sola. Quiero quedarme dormida pensando y no polarizando. Que nadie se refugie en mi escote, que nadie me use de Rambo, que nadie no me diga te quiero. Sola en un ángulo de la cama, anudada, con medias y sola. Y si me quiero estirar me estiro y la mantita es mía sola y ningún abrazo es tan mentira. No me pienso enterar de la lluvia.

12 de junio de 2007

manos (y nudos)

Me agarro el pelo y lo anudo para desnudar mi espalda. Me agarrás la espalda y clavás los dedos para desanudar mis músculos. Entonces me arqueo y el ceño se arruga, cedo al dolor del principio y después de un rato ya soy líquida y sólo me sostienen tus manos.
No sé si estás calculando el movimiento del dedo que corre el bretel de a poquito. No paro de preguntarme si lo hacés a propósito.
Después cuando tus manos se cansan de la resistencia de mi espalda vas a la piel con las uñas y las yemas. Vas despacio. Y de vuelta te enredás en el bretel. El nudo del pelo cede y se suelta. Vuelvo a atarlo para desnudar la espalda. Me agarrás la espalda y clavás los dedos para desanudar mis músculos...

Podría hacerlo para siempre.

6 de junio de 2007

paint-made


De cualquier forma es harto sabido que está enterrada en un lugar de fácil acceso.

4 de junio de 2007

Tadeo dice (dos puntos)

Tadeo, cuando aparece, hace cambiar el grosor del aire o lo espeso del tiempo. Algo retumba más grave como un parlante con los bajos altos y aún antes de verlo, se siente. Entonces la cabeza se mueve para los costados, miro como una gallina y dibujo ángulos con la nariz hasta que lo veo: se confirma el tambor en el pecho. Me paro. Le digo sin saber qué decirle.

2 de junio de 2007

I fall too quickly (all my life I lacked athletic ability)

Las desventuras de ser tu putita:
Los días después.


Visto esto, te pido que liquidemos la farsa. Dame un empujoncito: batí la fatality y plantame el game over. Así yo me voy a poder dar cuenta de que eras mentira. Aaaah, era mentira. Como Papá Noel no existe, son “los papás”. Claaaaaro, cierra del todo más. Bueno, vos igual. Si yo lograra sacar la parte que sumo imaginando, no quedaría casi nada: no Polo Norte, no renos, no estrellitas en el jardín con el vestido de marinerita y olor a jazmines, no garrapiñadas, no estrellitas en el baño abajo del camisón blanco que te cabe, no chocolate con almendras, no te amo. No. No Papá Noel, ni papá, ni vos. Y yo puedo con todo eso, pero no estando a dieta.