Vamos a ir a un bar en Palermo porque la plaza está siempre viva, y se van a escuchar varios acentos, acentos venezolanos y acentos santiagueños, acentos de las termas de Río Hondo, uno francés, y se van a ver brasileras sobre tacos de plástico que no le llegan ni a los talones al señor de los sancos con vocación de payaso. Esa vuelta alrededor de la plaza, hasta que llegamos al bar, fue bastante más emocionante que los tragos en sí y que la conversación sobre nuestros pasados o más profundas creencias. Yo ya sé en qué creo, no vine a contarte, y, mozo, el trago éste no tiene alcohol pero tampoco clasifica para rico licuado.
Algo tiene que estar pasando afuera, la gente camina, se caga de risa, en los boliches ponen cara de publicidad de promoción de puchos y yo fumo y fumo pero me siento tan ajena que podría estar filmando un documental sobre los mamíferos y su comportamiento dentro de una discoteca bailable, disfrazada de anfibio.
Se supone que no nos olvidamos de avisar que el flaco que estoy por conocer es el séptimo de siete hermanos como para que yo saque las verdaderas cuentas, entienda que es un católico a ultranza y entonces rechace de antemano la salida y me quede aprendiendo a caminar sobre sancos o me decida por la empresa de asimilar un hábitat anfibio, justificadamente foráneo.
Tendríamos que hacerle caso al instinto que desde abajo del ombligo dicta resguardarse de esta lluvia finita de mierda, que parece como si se te colara hasta los huesos, comer un chocolate en las penumbras del cine y en todo caso sentirse sola, pero no incómoda ni extranjera. Se supone que nos damos treguas. Que nos consolamos. Se supone que existe alguna forma de no instrospeccionar, otra, aparte de la masturbación, algo como la tele, que nos permite renunciar al laberinto y sentarnos solos, cada uno con cada uno, sobre el rocío de un valle, a mirar el norte y su titilar certero sin intención de decodificar el código morse en el que habla esa estrella desde un hábitat sin espacio.
Está por florecer (un sábado después los jazmines del aire están hinchados dibujando los umbrales de las casas cerca de casa). Parece como si el valle se pronunciara en un idioma denso, hacia más abajo que lo que parecía que se pronunciaba. El camino que se recorre en esa dirección se conoce de memoria, y puede estar oscuro o puede llover, pero no importa cuando uno es de esa tierra. En definitiva tampoco es una sorpresa, lo hondo del refugio y del destino aparece al fin como aparecía en cada elección anterior, desde el principio (los jazmines del aire siempre fueron una distracción tan dulce que se confunden con lo nostálgico y traen todo eso que uno quería ser).
Se supone que existe un valle, que la vegetación le cede paso a un claro y parece como una siesta. La única tranquilidad que queda es que va a permanecer prendida una luz, y que esa luz sí se corresponde, casi refleja, con los ojos negros que le rezan.
3 comentarios:
se supone que uno se da treguas.. pero no me digas que esto no quedo para la anecdota, hasta subiste un post que no es poco!
todo la perfeccion del cambio de estacion.
cambiemos de estacion, que cambie la estacion, cambios sin estacion, cualquier cosa pero algo asi de lindo!!!
genialisimo, como siempre.
Me voy atras de la protagonista con el follow spot. Tenes esa capacidad de transmitir las cosas que uno se siente en otro lado, en un lugar mas lindo y con la lente amarilla. Te quiero y quiero mas.
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