2 de diciembre de 2008

que viva la reina (y que disfruten el taxi)

Apenas nos subimos al taxi nos pusimos a hacer cálculos de distancia y tiempo, tratando de hacer la ecuación que dibujara un recorrido perfecto para dejarnos a todas, cada una en la puerta de su casa. Pero las cuentas las tendríamos que haber hecho antes de subirnos al auto, porque una vez arriba nos dimos cuenta de que había que cortar alguno de los dos vértices del trayecto para que no fuera un chino. Yo u otra. Como si nos hubiésemos subido a un gomón agujereado que se empezó a llenar de agua y agua hasta que tres de las pasajeras empezaron a mirar fijo a la más gorda, como diciendo no nos hagas pedirte que te tires, tirate. “Está bien, yo me bajo en la avenida y me tomo un colectivo, estoy a cinco minutos desde esta altura”. La ventaja en semejantes casos de emergencia es que la gorda suele ser la gorda buena y por supuesto se tira de bomba sin que le pidan; piensa que se lo merece, de hecho. Así que de un momento a otro estaba en el medio de la avenida vacía, plateada como la madrugada, a los pies de un semáforo intermitente, a nado. Pero me resultaba interesante, siempre me siento reina de ese escenario, algo como el accidente de lo sórdido caminando en puntas de pie con los ojos y la mirada muy oscura. Cuando alguien se cruza de frente le busco los ojos como una perra y por las dudas ataco primero, cuando pueden reaccionar ya estoy a una cuadra, ¿qué pasó? Soy un turista que finge no serlo y para eso clava la mirada con confianza. Es que hace varios años estaba en la parada de un colectivo de una calle desierta, con un tipo con el que salía, y se acercó un borracho zigzagueando y haciendo pendular con su brazo una botella. Venía hacia nosotros deliberadamente y yo empecé a temblar despacito y a taparme el escote. Nos pidió monedas y él le dijo “No, pá, si te doy esto me quedo a gamba, y me tengo que ir a dormir para poder ir a laburar mañana”. El borracho bajó la guardia, dejó quieta la botella, todavía colgando del brazo ya caído y no tenso, y le dijo que todo bien. Se fue. Él me miró y me preguntó si había tenido miedo, sonriendo de costado. Admití que sí, era indisimulable. “Nadie le pega a nadie que es del palo”. Hubiera sido una excelente lección de no ser porque ese tipo me hirió de frente y de espalda a mí, que era del palo y encima lo quería, pero algo me quedó de esa moraleja: ya no arrastro la mirada por el cordón cuando la noche empieza a oler agria, a meo, a vino, a beso largo. De última todas esas cosas valen lo agrio.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Como era que no tenias nada para subir?
Yo aca ando un poco perdida, no se si del sueñito o la abstracción causada por no verte. De todas formas, este último: un ssspetáculo!

Besotes varios, abrazos muchos

Anónimo dijo...

Un festín de sensaciones y de orgullo.
Te adoro
Euge

Argentina Loba dijo...

Me encanta, es sucio y oscuro y es lindo. Me hace sentir como en alguna de mis casas.
Un beso grande.

polaco scalerandi dijo...

si señor, que grande paloma, me encanto. uno puede ser turista en su propia tierra. buena actitud de su pareja, perop mejor actitud del borracho, je
paloma, anduve sin un minuto, por eso no pase pór ningun lado, a veces me agarra que laburo todo el dia y no paro, pero siempre vuelvo, quedese ahi, que se donde encontrarla siempre.
me encanto lo que escribiste
abrazooo grandeeee palomaaaaaa
el polaco