4 de noviembre de 2008

como si Tamara siguiera lejos

Sé que soy inconstante con las cartas, a veces es inexplicable por qué es tan difícil escribir para el que viaja como para el que está quieto, en su casa. Supongo que en parte se trata de la falta de noticias, no puedo ofrecerte más que un paseo aleatorio por las nimiedades que me ocupan todos los días; contarte, por ejemplo, que finalmente ordené mi cuarto, más porque no encontraba los cigarrillos que por necesidad de orden.
Adopté el hábito de regar las dos plantas de mi balcón todos los días, descubrí que era eso lo que necesitaban para florecer (obvio, pero no por eso menos revelador). A la maceta más chiquita le salieron tres flores violetas con cara de agradecimiento. Tenemos una vecina que es ingeniera agrónoma y le da consejos a mamá sobre el jardín, y ya no me mira más con esa cara con la que me acusaba de negligencia antes, como diciendo: dale, son dos macetas, ¿cuánto te puede costar regarlas? La verdad que nada, Soledad, tenías razón. Pego la punta de la nariz a uno de los vidrios repartidos de la puerta del balcón y las miro, aparecen jazmines del aire, de a diez cada día, perfuman… será predecible pero pasa que alegra verlas crecer. Pasa. Pensé en ponerles nombre a las violetas, a los jazmines no porque son demasiados y me da la sensación de que se sienten más una cooperativa floral que un conjunto de muchos “cada un” jazmín. Las violetas son más orgullosas y aristócratas, así que les podría poner nombre y un par de apellidos. Le pedí a Luca que me sugiriera alguno.
Cuando Clara viene a visitarnos y duerme siestas en la hamaca paraguaya, Luca y yo jugamos a los mismos juegos que jugaba yo cuando era chica, sola, porque a Clara no le divertían. Yo creo que esas siestas son lo único que le permite a Clara realmente descansar, pero descansar de la mujer que es ahora. El gesto mientras duerme a la sombra del árbol rojo, es el único que le quedó parecido al que se le dibujaba en la cara cuando se disfrazaba de actriz tirándose todos los accesorios de mamá encima. Sólo le gustaba jugar a eso, si yo quería participar le tenía que sacar fotos o filmarla, y a veces lo hacía porque era un placer verla sonreír así, todo lo que veía mi lente era cómo me gustaría tener esa sonrisa, cómo me gustaría tener esa sonrisa. Ya no sonríe más así. Nunca, salvo cuando duerme en la hamaca paraguaya y nuestro jardín le devuelve la vanidad infantil a la que le alcanzaba con perlas y boas para sentirse perfecta. Era eso lo que yo admiraba, en realidad, a mí nunca un accesorio o una sonrisa me fue suficiente para ser digna de cámara, prefería otros juegos, juegos de observar cosas extrañas. Ayer, por ejemplo, Luca y yo montamos un circo de hormigas con pedazos de frutas alineados en formas y volteretas como los que hacía yo de chica: las hormiguitas hicieron filas de recolección y carga impecables, seguían los trayectos pautados obedientemente y parecían licenciadas en malabares; es asombroso cómo se organizan en los cruces, la prolijidad vial en las rotondas de migas de manzana.
A Luca no le pareció aburrido, se sentó con las piernas cruzadas y miró las hormiguitas marchando con la fijación incansable con la que se mira el fuego. Cuando Clara se despertó, le contó entusiasmado lo que habíamos hecho, pero ella todavía estaba malhumorada por haber tenido que despertarse, así que le prestó un oído de media atención y ningún interés. Luca terminó desistiendo de relatar la anécdota y cambió de tema: me dijo que cree que la violeta más alta se tiene que llamar Matilde. Estoy de acuerdo.
Sigo sin encontrar los cigarrillos, había cinco atados vacíos y ni rastros de tabaco en ningún lado.
Todavía lo extraño. Repaso los hechizos de distintas corrientes mágicas que me ayudan a mantenerlo chiquito, lejos y helado, pero de vez en cuando me quedo dormida leyendo, hecha un bollo a los pies de la cama, y cuando me despierto parece como si lo hubiera tenido encima, mordiéndome el cuerpo. Recupero el recuerdo intacto y el relieve de la cara, la mandíbula dura, la barba rala pinchándome el cuello y los hombros, la nariz en ese gesto altivo constante, pero sus ojos tan de otra alma –o de la única suya, vaya uno a saber en dónde la tiene enterrada– de un alma menos fiera. Siento como si realmente lo hubiera visto. Aprendí a vivir esos sueños como visitas o momentos en los que se me permite tocarlo sin que quede registro táctil que pueda ser usado en contra de mi sensibilidad, tarde o temprano. Extensiones de tiempo sin horizontalidad, temperaturas sin materia; por suerte la memoria de los sentidos nos da revanchas íntimas, más besos, a escondidas de la vigilia, de los que puedo darle.
Vuela un aire de verano por acá que me trae recuerdos de navidades y años nuevos de mi infancia. Durante cada una de mis primeras noches de año nuevo, el abuelo Jorge repetía la historia del hombre que fingió ser panadero para hacerse unos mangos y en la improvisación a la que lo obligó el afán de sostener la mentira, creó el pan dulce. Bueno, los primeros días de calor del año y el olor a jazmines me devuelven ese relato. Además de verdadera, me parecía linda la historia del panadero, me lo imaginaba joven y nervioso, con la mesada llena de harina, desesperado. Jamás habría aprobado el invento, me parece horrible, pero sé que no soy parámetro porque es el día de hoy que a las doce brindo con Coca, como Luca.
Es curioso que cuando era chica algo en mis ojitos parecía de anciana (mamá me empezó a decir Mafalda cuando tomé la primera (y última) comunión y de regalo pedí un globo terráqueo), pero ahora me quedé chica en un cuerpo al que le queda torpe la hamaca. Sólo Luca se da cuenta. En un momento, mientras desfilaban las hormigas, ayer, levantó la mirada y me preguntó “¿Vos no te casaste, tía?” Dije que no con la cabeza, entonces volvió la mirada a la fila de bichitos y dijo, como para sí: “Ah, todavía sos hija”. ¿Seremos hijos hasta ser padres? Gustavo me contó que cuando nació Luca él cortó el cordón umbilical, se lo dio a Clara y ella lo apretó contra sus lágrimas y le dijo “My baby boy!”. Le salió hablarle en inglés, como nos hablaba mamá. ¿Seremos hijas hasta ser nuestras madres, entonces? Yo creo que Gustavo quiere creer que no, conociendo a mamá, y yo quiero creer lo mismo. Pero algo sale de la panza y de los lagrimales en el momento del hacer nacer, imagino, que es irreversible; algo de la memoria en sombras de nuestras lunas nuevas se debe iluminar. “My baby boy”, llorando, igual que como lloraba Luca al mismo tiempo: el llanto pelado de que la vida te descubra desnudo y te de un par de palmaditas para señalar: Mirá, el mundo; mirá, tu hijo, your baby boy, y ningún otro llanto es más genuino que esos dos, ni siquiera el de la muerte. Estoy segura.

8 comentarios:

Jota Sch dijo...

A veces lo breve es dos veces bueno, como lo largo, tres.
Este es el caso.

Me llevaste de viaje, Paloma, como ningún huesped lo hace (pero si podemos hacer los tres juntos, ji ji. Y lo mejor es que fue un viaje lindisimo....
Por estaciones significativas y llenas de esto que nos trae la primavera. Que como Matilde y las otras, es hermoso.
:)

Jota Sch dijo...

PD:
De todas formas, por más lindo que sea, si siguen habiendo cartas para TAMARA estando TAMARA de vuelta, voy a tomar manos cancerianas en el asunto.
O encerrarte en mi terraza o embalzamarte para que decores el penthouse o mejor te invito unos mates. Si, eso.

Argentina Loba dijo...

Ay, la puta madre. Ese olor a jazmines, ¿como puede seguir teniendo el mismo efecto despues de tantos años, tantas veredas, tantas veces? Lo mencionan y uno sabe de lo que se esta hablando, cada vez que aparece se para el mundo y nace un recuerdo con ese olor. y aparecieron en mi balcón tambien, de repente se lleno de florcitas blancas y ese olor que es tan nostalgico y a la vez tan prometedor.
Ser hijo...
Uff, me destruiste. Un paseo con olor a siesta, terrible y hermoso muy, muy, hermoso.
Te quiero.

Anónimo dijo...

ya emprendi el viaje! como te dije me puedo imaginar en tu cuarto con tus flores, en tu jardin con el circo de hormigas.. pero tambien en mi propia navidad (o tannenbaum o tannenbaum..) con mi familia. y eso es lo mejor que me podes dar! besito!

Dante dijo...

"y cuando me despierto parece como si lo hubiera tenido encima, mordiéndome el cuerpo."

=)

Anónimo dijo...

Con un pudor enorme dejo caer acá la sugerencia de un libro de Amelie Nothomb: Metafísica de los tubos, que me trajo corriendo hasta aquí.
Todo lo anterior no sé por qué. Lo que hacés, Paloma, en internet y en cualquier lugar (también los de en serio), se llama brujería. Se agradece.

Anónimo dijo...

Me parecio precioso todo, igual que a Bar me llevaste a momentos de mi infancia, y lindos momentos! realmente no tengo tantos lindos recuerdos, de jazmin y de hormiguitas... asi que te lo agradeci en silencio. Te pude imaginar de chiquita con los dientitos de conejo sentadita en tu jardin.. y Luca, todo Luca me encanta!
Este post realmente se agradece, como dice el anonimo de arriba; todo este talento ni hablar! Sos una artista, y te adoro. Me parece que a la violeta mayor tenes que ponerle "rosa", en honor a la loca de la casa y solo para hincharle las pelotas.
Ah! y decile a Jota sch que las manos arianas son manos mas fuertes, y que la turma no compite, comparte.

Anónimo dijo...

Aguanten las cartas a Tamara....que de a poco se está pariendo un flor de cuento...o un cuento de FLOR.....que en primavera crece y algún día será novela. Conste que lo digo desde la admiración de quien no puede ni sabbe, no desde la presión, o re-presión. Beso. MARCE