12 de noviembre de 2008

luz

Si uno se dispone a esquivar el sueño se topa con un momento de la tarde en el que el día se convierte en una rueda sin momentos inaugurales ni ponientes. Cualquier derrame de luz, cualquier progreso de los brotes desde la tierra, cualquier anuncio de lluvia no es más secuencial que la música, ni menos, no importa el transcurrir como importa la sustancia de cualquier manifestación de vida, fosforeciendo en los ojos alucinantes del testigo que de tan cansado se olvidó de la propiedad íntegra de su carácter. Ningún carácter es íntegro sin dormir, pero se obtiene a cambio la revelación de ciertas cosas, la percepción casi táctil del amor, de la melancolía; y la temperatura desinflada de la muerte parece un alivio necesario, algo que sólo así de desquiciados de tranquilidad podríamos aceptar entregados. Me acuesto sobre la laja caliente del balcón, el aire cede, se aplasta sobre el asfalto y sobre mi panza una última vez antes de que la tierra se lo trague con el ceño fruncido, por lo amargo y espeso de su materia. El día vencido, ácido, la ciudad dispuesta a olvidarlo para poder oscurecer. Andarán los guardias cerrando las rejas de las plazas, andarán los fantasmas de las faroleras que murieron vírgenes de tanto enamorarse de coroneles transitando invisibles por el cobre que deja deslizar la electricidad cuadra a cuadra, nacen las lámparas en canon desde la ciudad hasta esta provincia ingenua. La identidad se va vaciando y crece la oportunidad de cualquier metamorfosis que me aleje de la condición humana que impele al sueño, que se somete a convenciones que dictan hasta las horas de la vida. Podría ser un bicho exento de pronósticos, inmune al miedo por incapaz de anticiparse a nada que esté más allá de la impresión de la luz en la retina que se quema sin queja. Podría ser una criatura exhibicionista de su piel escamosa por dejarse curtir con todo lo que raspa, podría dejarme envejecer sin ningún lamento, enterrar a mis referentes sin ningún arrepentimiento, ser desvergonzadamente fea. Sin embargo, en algún momento, esa empresa que parecía posible y ya empezaba a transformar extremidades en tentáculos se nubla porque los párpados caen, resisten, vuelven a caer, en cámara lenta, hasta sellarse. Cuando me despierte voy a tener forma humana y voy a salir a la calle caminando apurada, atravesando el espacio como si la luz fuera un accidente tan natural que se vuelve imperceptible o por lo menos vacío de hechizo.

5 comentarios:

toto scurraby dijo...

dejarse curtir por lo que raspa
un dia hablaremos sobre eso.alla hay mas par avos que lo reclamabas.ajja beso

Jota Sch dijo...

De todo lo que leí hasta el día de hoy, me quedo hasta el fin del mundo con este último.
Really really: WOW.

Y sacando a la mother goose que tengo muy oculta (más que mother goose es medio Frau Blujer, alemana y celadora - pero del siglo 21, osea: con onda) te tengo que decir:

por más lindo que escribas, Paloma, tenés que dormir.

besos! muchos!

Anónimo dijo...

Sos algo así como una Gregoria Samsa en reversa. Ojalá a mí el insomnio me pegara así. Estas cosas que traés al mundo merecen oler a libro nuevo, no?

Anónimo dijo...

en mi mente cambie monstruo por delantal, noche por dia, silencio por ruido y oscuridad por luz. que alegria me da ser de las personas infaltables en tus noches de insomnio. te quiero mucho!

Hermanos Bladimir dijo...

Una maravilla, como de costumbre.
Perdón, suelo ser reacio a los comentarios que consisten en felicitar y nada más, pero a veces es inevitable.
Impecable