14 de abril de 2008

a los seis


No me dieron el papel estelar de Merceditas ni el de Remedios de Escalada… por lo menos tampoco fui caballo blanco, pero me tocó sauce llorón. Y tenía un disfraz lúgubre de hojas que arrastraba por el piso del patio asomando del tronco ojitos de vergüenza. “¿No puedo ser jacarandá?” Era todavía más icónico a nivel patrio y seguía siendo árbol pero por lo menos no era llorón. La directora me contestó que no con una voz tan fruncida que ni necesitó despegar los labios.
Siempre tenía esa expresión: la boca cerrada en donde convergían un montón de arrugas y unos anteojos cuyo reflejo no me permitía saber si me hablaba a mí o no cuando me cruzaba en un pasillo y soltaba, al pasar, un “péinese, por favor”. Supe sin duda alguna que me estaba hablando a mí cuando se me acercó a pocos centímetros de la nariz entre bambalinas para decirme: “Deje de llorar, señorita; le tocó sauce llorón, su disfraz no es triste, y si no sale al escenario vamos a tener que llamar a la policía”.
Nos trataba de usted a todos aunque fuéramos petisos como gnomos, y cuando formábamos le decíamos al unísono: “Bue-nas tar-des se-ño-ra de Pin-to”. Pinto me hacía acordar al gallo Pinto, el que no pinta porque el que pinta es el pintor. Siempre, siempre que le decíamos señora de Pinto, asociaba con el gallo.
Sonaba tan sombrío ese ‘buenas tardes’, que una vez hasta ella nos pidió que descontracturáramos el saludo y descubrió que hacía falta más que un pedido para modificarlo, porque quisimos pero nos salió todo desordenado, se escuchó un murmullo polifónico por todo el patio y nos hizo volver inmediatamente a la forma anterior, la misma que nos enseñaron el primer día de primer grado. Yo tenía seis recién cumplidos, ese día, cumplidos con dos trencitas y tres deseos que seguro tuvieron que ver con mi papá, con que me cuidara, que estuviera bien, incluso una vez no estando. “Tomen distancia. Alineen sus cabezas con la del compañero de adelante. Firmes. Los brazos a los costados del cuerpo”, y sostener un silencio.
Ese año llevé al colegio una sirenita de plástico y pelo tan blanco como el de la señora de Pinto. La llevé para ostentarla entre mis amigas y después, está bien, prestarla. A todas les encantaba porque si le apretabas la espalda activabas algún botón escondido abajo de la piel con olor a zapatilla nueva de mi sirena y entonces cantaba. Tenía una voz de eco, como si efectivamente sonara desde abajo del agua. A la tarde mientras formábamos y veíamos la bandera levantarse sin asociarla todavía a próceres ni a sauces pero sobre todo sin asociarla a llantos, yo tenía la sirena agarrada entre mis dos manitos atrás de la espalda y me tenté, me tenté... Estaban todos en silencio simulando respeto y mi sirena con rulos blancos quería cantar, parecía como si me lo pidiera bajito. Entonces no aguanté, le apreté la espalda y cantó. Sonó por todos los rincones porque al eco con el que venía grabada su voz se le sumó el eco del patio; rebotó la música sobre la conmoción muda de las distintas filas de chicos que miraron hacia distintos costados sin saber de dónde salía. La bandera se quedó quieta un minuto porque el que la estaba izando frenó para darse vuelta y soltó una risita. Yo puse cara de accidente. Nadie me retó, que yo recuerde. Ni siquiera la señora de Pinto. Tampoco me hice del renombre suficiente como para que me tocara Merceditas en vez de sauce llorón ese agosto, pero la sirena volvió a casa orgullosa.

8 comentarios:

Paloma dijo...

tengo un cuaderno de esa época que dice "cuando sea grande quiero ser maestra". ahora que no soy del todo, pero tengo el delantal y me paro al frente de la fila de gnomos, no sé si realicé o traicioné a la nena de dos trencitas, porque a veces parece como si hubiera quedado del lado de la de pinto y de la poli... entonces les digo a los chicos que trabajo de maestra nada más para poder ser la primera de la fila, que quiero sobresalir y llamar la atención por un problemita que me quedó desde una vez que actué de árbol.

Anónimo dijo...

Ahora que lo pienso, sí, por dios, ese saludo que refejaba esclavitud y desasosiego de esa mujer que parecía abuela pero que era todo menos eso.

Como diría un viejo amigo "se me 'piantó' una lágrima". De repente me acordé de todo, hasta del pedido de la Pinto.. y eso que pensé que mi memoria selectiva funcionaba a la perfección.. ¿cómo hacés?

Estás ahí no como "la poli", sino como algo más parecido a superman, o al menos tenés las herramientas como para, no? (gloria a la identificación primaria).
El niño tiene la habilidad de percibir eso tan sensible que con el tiempo pierde o se camufla.. vos lo conservaste, está ahí, atrás del delantal, pero se ve. Lo ven.

Te adoro!
Celi.

Anónimo dijo...

jaja ahora sí es verídica la cosa?
me da nostalgia ver algo que pasó en el jardín y es medio tristón todo tmb
bueno saludos fp
gjg

Anónimo dijo...

Este relato chorrea Italia a mas no poder. Que lindo. Yo me empapo (y feliz).

Me acordó que a mi me toco ser tasita de La bella y la bestia. No queria pero me eligieron simplemente por los cachete y por mi chiquita estatura. Mirá que loco, ahora con metro 70ypico y esta mota, pinta de bestia, mejor.

Aunque como vos. quisiera por un dia estar parada adelante, para poder ser Bella (notese la mayuscula, no tiene un sentido de baja autoestima eh). Pero me sigo quedando atras: nuevamente, el metro 70ypico y una profesion donde no se enseña, donde no hay banderas, pero si fila de gnomos. Pepe, por ejemplo.

Pero ahi vos, parada adelante, con "la cara marcada" y esa tanada di-vi-ne (y mira lo sagra que me puse sin necesidad de hablarle a Yama), sos un ejemplo. Lejos, el mejor sauce lloron.

La verdad que me gustan estas historias asi. Veridicas o no, son de Paloma, y nada mas lindo que conocer a Paloma.. será volando entonces?

Te quierón.
J.

Jota Sch dijo...

Uy, la conceptualidad al carajo

GUIA POCKETBLOG dijo...

Paloma: tu escritura capta mi atencion post a post.

Solo quiero felicitarte!

saludos.

Dante dijo...

=)

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.