Se quedaron sin el pan y sin la torta, mis gatos de las sombras, se arquean, comentan entre ellos; andan diciendo que va a amanecer, de nuevo. Empiezan a asumir que es inevitable. Dicen que en la ciudad no hay carnada, que se la llevaron de la almohada los ratones, que no hay ninguna noche igual a otra, ni una en la que no amanezca.
Se van a morir de día, tarde o temprano, de alba o farol; de hambre, por rechazar las sobras de ayer; de aburrimiento, por falta de novedad en tragar leche, en esconder dientes, en el lamer áspero de la lengua seca sobre la carne rosada y la papa. Los gatos ya no quieren guiso.