12 de febrero de 2010

febrero

Durante un mes entero, el sonido de pasar noches en mi departamento, con una luz amarilla en la nuca y con un ventilador de piso que se mueve como un péndulo en el rabillo de un ojo, fue el sonido de ese ventilador, sobre todo. Los demás: El llanto de un bebé de setenta días, una conversación fuerte, una flauta traversa. Cuando el ventilador tapa el primer sonido, se escuchan los otros dos; si no, no. Cada tanto sonó la manija de la puerta de entrada, que está dos pisos más abajo, pero se escucha más fuerte que el ventilador. Cada vez que la abrieron pensé ojalá que vaya a otro departamento. Para seguir sola nada más. No debían interrumpir, en serio. Y se me dio: no lo hicieron. No pude descifrar el autor de la música de abajo, porque siempre apareció el llanto del bebé, que no paró. Esa madre debería tener un ventilador para evitar escuchar la mitad de lo que le llora el pibe. Hace unos días me crucé con la abuela del nene, y me dijo que a su hija le recomendó dormir mucho antes del parto, para juntar. Es lo que le dice a las chicas jóvenes. Pero nadie les dice lo del ventilador, así que se fuman el llanto toda la noche. Lo escuchan sonar espeso, hirviendo, como un caldo que hay que revolver todo el tiempo. Y dicen que ellas también lloran, pero por la cebolla. Terminé asomando la cabeza por la ventana de la cocina para ver qué era eso que escuchaba la chica que vive abajo, y resultó ser que era un piano, ninguna flauta. No sé que es, pero me gusta mucho. Había un olor realmente fuerte del otro lado de la ventana, instalado en el pozo aire y luz del edificio, un olor como de cocinar duro. Durante casi todo el mes, los días fueron tan calurosos que ninguno tenía futuro. Un tiempo con olores de la piel, de los besos, de la mierda que se puede llegar a hacer con setenta días de edad, o con una ciudad entera. A la noche nos bendecía la misma temperatura, como incandescente o acostumbrada. Serpenteaban las calles dos que iban mitad al trote, mitad en la cola de un camión, llevándose la mierda de la madre, del hijo… La mía. Mi calor, se llevaban. O traían el suyo, no sé. Hubo lluvias realmente muy fuertes, tormentas. Por suerte nadie se asusta de granizo con ese calor, nada podría caer sin derretirse, pero de todos modos fueron tormentas rabiosas. Las viví en ese departamento y en otra ciudad, ese mismo mes. Las atajé en ventanas ya rotas y ventanas por romperse. Vi cómo se caían enteras en la misma esquina. Lleno de truenos, el cielo, parecía el mundo. El bebé paró.

6 comentarios:

Rogelio Ferreyra dijo...

Bello, bello.
Bello.

Agus dijo...

Pocas cosas niegan a Dios con tanta intensidad como la sensación térmica. No menos te justifican, y menos aun a nuestra amistad. ¡Beso!
Agus

Jota Sch dijo...

si la poca continuidad de posteo, va a traer cosas como ésta.... tomate el tiempo que quieras, reina, que yo te espero con frio y bufanda.

te quierón, y (claro esta) me encantó.

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
seudonima dijo...

me encanto.
y si , es rara la comunicacion por este medio.Y también es rara esta identidad, porque siento que cuando leo este blog, a pesar de los 12 años que llevamos juntas, tengo mucho por descubrir. Y eso me da un poco de vértigo,porque esto que desonozco es algo verdaderamente grande y alto.
te quiero mucho. de verdad
Julieta

Anónimo dijo...

lo leí de nuevo y lloré.
te extraño paloma.
Juli, despues de un tiempo.