Llovía gente, gente de caras pintadas y los ojos desencajados, jugando a un *noletemoalridículo* ya trillado, pero los dejé convencerme. Es que pervive mi gusto por el cine infantil igual que perviven en mí las caracterizaciones exacerbadas de buenos y malos, y reyes, y soldados. Había un personaje neptuniano, uno con el que yo de chica me hubiera sentido identificada –y de grande también, pero no me animo a confesarlo. Y esta mujer neptuniana soñaba sueños indescifrables y golpeaba desde adentro de la cúpula de cristal donde se extendía su sueño para pedir ayuda a alguien de afuera, a un marido mundano a kilómetros de cama.
Y yo desde este frasco en donde rigen normas que permiten certezas como las medievales, normas morales, o fantasiosas, que exacerban los caracteres hasta el arquetipo –los malos, los tontos, los heterosexuales, las orugas, las damas, los drogadictos, el amor, los uruguayos– golpeo y a través del vidrio pido que alguien agarre el martillito, que es caso de emergencia, y rompa. Rompa y diga: Quedate tranquila, no existen esas cosas.