2 de mayo de 2008

disposiciones

Está -lo que se llama- refrito.
Hay una especie de segundo capítulo que es nuevo.


I

En una calecita húmeda y tibia,
un monstruito trataba de atrapar la sortija con dedos nuevos,
jugaba a saltar la soga atada al ombligo,
o giraba y daba vueltas carnero.

Mientras tanto, en el cielo, un móvil de planetas
se debatía posiciones girando, también.
Formaban fila y se delineaneaban
hasta que Venus se instaló primero a marcar posiciones.
“Piscis –dijo– acá me quedo”.

Adentro, más adentro, mucho más adentro,
en otro sistema circular y multidimensional,
una cadena estaba sellando todos sus eslabones
después de haber alternado en una ruleta que detuvo el azar,
en un determinado o injustificado momento.

Una vez que estaba todo listo, las rodillas se abrieron
dejando entrar un sol blanquísimo,
un sol que la mudó de océano.
Lloró, al principio.

Cuatro años después –casi todas las cartas dadas vuelta–,
la nena caminaba por Florida,
encantada por la música que salía de una pianola.
El hombre que la tocaba tenía una paloma en el hombro derecho.
Ella se acercó de la mano de su tía
y el hombre ofreció un augurio a cambio de una moneda.

La predicción estaba escrita en papel, a mano,
yacía en el fondo de un frasco
junto a muchas otras predicciones ajenas.

La paloma metió la cabeza en el frasco
y, con su pico, supo encontrar la de la nena.
La tomó y se la dio al hombre haciendo un gesto serio de: “es ésta”.
El señor la desplegó entre sus dedos peludos,
miró a la nena, y se la leyó en voz alta:
“De grande vas a tener unos ojos hermosos.”
Y la tía le dio una moneda.


II

La predicción se fue delineando
a fuerza del efecto de hechizo
de esa primera sentencia.
Pero sobre todo a fuerza de sombras y contrastes.
Aprendió a dibujarse los ojos.

La nena denunció costuras rotas en el primer vestido blanco
y lloró el luto de que su papá no la fuera a despedir sobre una orilla.
En algún lugar indefinido
entre los moldes y la libertad
habrá quedado buscando,
la identidad que paga el desplazamiento en cada posta del medio camino.
La misma identidad que ella denunció
no conocer más que a través de bocetos en blanco y negro,
siempre a fuerza de sombras y contrastes.

Sí, fueron ojos hermosos.

Es que el papá llegó a decir sí y no
y después se cristalizó en el vértice
que lleva la vida a su más rotundo antónimo
y después la trae de nuevo,
desafiándola a una vuelta de tuerca que gira en ruleta rusa.

Fueron ojos con la ironía
que vuelve de lo melancólico.

Ojos polarizados,
con la transparencia de lo que ya se está oscureciendo
y le queda un último brillo para gritar la tarde y resplandecer las voces.
Ojos de lo que es indescifrable no por escondido
sino más bien por todo dicho pero en forma caótica.
Una mueca entre el llanto y las carcajadas:
las lagrimitas brillando mucho,
la nariz roja que se ríe…
Un gesto en el que se velan
justo cuando habían terminado de desvelarse.

Fueron ojos de gestos salvajes.

“Tiene los ojos del padre”:
el hechizo de renacimiento
que siempre termina volviendo a pasar por agua el luto.
Y otra costura que se rompe.
Otra posta que se paga sin que el camino se acerque a nada absoluto
y ya sin que la tía dé de sus monedas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me pasó que me mareó un poco. Sin embargo, está lindísimamente escrito.

Tenía un profesor de teatro que decía que el arte era arte en tanto provocara en el otro (en este caso, en el lector) un sentimiento, una emoción; en tanto "le pegara en la tecla". Y leyendote me da escalofríos, angustia, risa, melancolía. Me encuentro inmersa en una vorágine de sentimientos. Así que una vez mas te agradezco por tu Arte.

Celi.

Anónimo dijo...

no te vayas que ya te extraniamos viste? Estoy no escuchando pero te deje un mensaje besos j.