17 de junio de 2008

Pitia

Ojalá fuera algo nítido como una voz con su timbre y entonación específica. Las voces son extensiones sonoras de una entidad certera. No, entonces no es una voz. Ojalá alcanzara con nombrar “sensación” a la brújula que dibuja el mamarracho de uno y mil caminos potenciales.
Entonces bosquejo la hipótesis que empieza por descartar cualquier tipo de linealidad. Temporal, sobre todo, pero también espacial: todo menos un camino, todo menos una entidad, mucho menos una identidad. Los puntos cardinales giran como una ruleta rusa alrededor de la aguja fija que me mira y me guiña un resplandecer metálico.
En busca de indicios, recurro a un oráculo que se vuelve un auxilio, apenas un salvavidas que me distrae de la incertidumbre con su ejercicio de decodificación. Hay rompecabezas, acertijos y metáforas, pero ninguna cosa absoluta como un monosílabo rotundo. Hasta que por fin algo en el pecho se expande en el abrazo de alguien que amo. Habla el cuerpo, sin timbre, sin entonación, sólo dice el gesto de expandirse, y confirma la hipótesis demostrando que si uno, en el contacto de un abrazo, se expande más allá de su propio cuerpo, entonces no hay linealidad posible. Y cuando visito el espacio que está más allá de mi contorno, del perímetro de mi sombra, me encuentro con lo abrumador de las certezas que dominan ese espacio. Allá en la luna, en la memoria que fluye como savia pegajosa de cualquier árbol genealógico, habitan ellas y una bandera equivocada. Algo permanente descansa al costado de las vidas, a espaldas de las muertes, algo inmortal e inequívoco duerme justo en donde al vacío se le escapa un pedacito roto de materia que orbita en círculos sobre círculos, sobre círculos, sobre círculos, para asegurarse que siempre haya algo que se nos escape, de tanto girar.
Giro, yo también: de la brújula al oráculo, del oráculo al abrazo, y del abrazo a la brújula. El cuerpo no conoce más que gestos y tiene el dolor de un recuerdo vago: el de haber nacido, el de haber sido nombrado y circunscrito a los límites de un cuerpo que ni siquiera se forma a mi antojo.
Cuando me pierdo, no es más que el resentimiento de que inevitablemente tanto el amor como los ciclos me van a sobrevivir, y por eso no puedo descifrarlos.

5 de junio de 2008

manuel, un petit Taureau

– No, en esta mesa no voy a dejar tinta china porque Manuel está hablando.
Y se fue, sin más, con el tarrito de tinta china encanutado entre los dedos llenos de anillos.
– Sos un tonto, Manuel, ahora nos quedamos sin azul –le dijo Lourdes frunciendo el ceñito y acusándolo a punta de pincel.
Manu se quedó callado. Pasaron como cinco minutos y la maestra no volvía. Seguía paseándose entre las otras mesas, volcando ese azul índigo profundo y denso en todas las otras hueveras de plástico, y por la nuestra nada. Entonces todos resoplaban cada vez más seguido y cada vez más dirigiendo el resoplido a Manuel, que seguía en silencio.
Lo miré a los ojos, a esos ojitos eléctricos de despiertos y de nuevos que andaban fijos en la huevera de plástico vacía para esquivar las miradas de sus compañeros, y le pregunté:
– ¿Te sentís culpable?
Movió la cabeza, como diciendo un no mentiroso y dijo: “Nah”. Después subió los ojos de la huevera al ventilador de techo y agergó:
– Tengo ganas de tirar el ventilador.